domingo, 29 de enero de 2012

Dos meses y dos días en Kenia: En busca de leones


El objetivo de los días siguientes fue encontrar leones, así que el desayuno fue más corto y menos tranquilo, ya que estábamos decididos a salir temprano de safari para saludar a los leones. En uno de esos paseos-descubrimientos observamos una de las escenas más auténticas y sorprendentes del Masai Mara. Hubieron muchas más, muy sencillas, las que marcaron nuestra visita, que intentaré describir lo mejor posible. Yo las titularía: ‘Aquellos simples momentos que no olvidaré’.

El ‘cuidado’ de David

Uno de ellos: En esos viajes nos acompañaba el incondicional David- el avispado masai, enérgico, activo, resolutivo y con astuta mirada. Ya comenté que en nuestros safaris a veces conducía Raúl y otras David. Pues, en nuestras primeras incursiones por el Masai Mara, cada vez que íbamos a caer en algún profundo hoyo o en una embarrada charca, Raúl avisaba a los pasajeros con un ‘cuidado’. En poco, David aprendió la palabra bien rapidito y cada vez que tenía oportunidad la repetía. Pero no era igual al cuidado de Raúl, era un cuidado con pronunciada d y musical, algo así como: cuidaaad. Como me hubiera gustado grabarlo para que lo oyesen.
  
La desesperada búsqueda

Otro momento: la búsqueda de leones. Temprano, con los animales desperezándose, nosotros irrumpíamos con el 4x4 por los pequeños y bajos bosques dispersos por la tierra Masai en busca de los leones. Entrábamos en uno, todos mirando, buscando, observando las malezas, de izquierda a derecha. Irrumpíamos en otro, unos mirando a un lado, otros al otro, confundiendo rocas con la sombra de leones. Y, mientras andábamos en esa misión, aparecían, como para no desilusionarnos, elefantes, tic tics, mis queridos pumbas, alguna perdida gacela…

Los masais en el infinito

El siguiente: Una imagen repetida en las grandes extensiones del Masai Mara. Los solitarios masais caminando hacia el infinito. Íbamos en nuestro 4x4 en busca de animales y, de repente, te encontrabas a lo lejos, muy a lo lejos, un hombre caminando hacía un punto sin identificar, pausado, sin cambiar el ritmo, en mitad de la inmensidad. Otras veces, veías a una pequeña familia, con el mismo paso; alguna que otra vez, hallabas a una mujer con sus telares superpuestos de colores. Todos con sus características mantas a cuadros rojos. Los personajes variaban, pero la escena era la misma. Hombres, mujeres, y mujeres con niños, solitarios, caminando hacia un lugar muy lejano que no alcanzaba a divisar, en la mismísima Sabana, donde residían búfalos, ñus, leones, leopardos, guepardos, hipopótamos, cebras, jirafas…

Los brindis de Raúl

Más momentos: Los brindis de Raúl. Aquellos brindis, numerosos brindis que con socarronería comenzaban solemnes y terminaban como si de un chiste inglés se tratase: “Por los mejores amigos….y, por vosotros”.

Encontrándonos con la armonía de la naturaleza

El momento indescriptible: el que protagonizó nuestro amigo el guepardo. Nuevamente, y van tres, nos los volvimos a encontrar. Fuera broma, nos encontramos al guepardo de las manchas. Se ve que nos pasamos los safaris recorriendo su territorio. Pero éste fue el tropiezo más especial. Era temprano, muy de mañana, en una de esas madrugadoras horas en las que insistíamos con la búsqueda del león perdido, y ahí estaba nuestro amigo el guepardo –ya era tal la confianza que le llamé Jaimito porque me parecía bien travieso-. Jaimito estaba bajo la sombra de un árbol, tumbado, relajado, aunque de vez en cuando se pegaba un pequeño revolcón sobre sí mismo.

Es curioso, te encuentras un guepardo tres veces en la misma semana y ya empiezas a perderle respeto. Recuerdo que la primera vez que lo divisé, me refugie tras la ventana, agarrando el manillar por si le daba por saltar. En la tercera ocasión, me alongaba por el techo abierto del 4x4, que cada vez se acercaba más al animal….Pero, ese no fue el momento indescriptible.

Decía que ahí andaba el guepardo, tumbado bajo la sombra del árbol, mientras en la inmensa llanura, a su izquierda y bien cerquita, se encontraban manadas de impalas, gacelas, cuatro cebras, unos cuantos ñus. La imagen fue inolvidable, el silencio se palpaba, y los movimientos de unos y otros no se me olvidarán. Vamos a ver si consigo trasladar el momento: Miraba al guepardo, se tumbaba, levantaba la cabeza y echaba un vistazo hacia la izquierda, hacia ellos. Contemplaba a la variopinta manada, dos impalas en alerta, inmóviles, observando al depredador; las otras a su alrededor, y más allá, comiendo como si nada; las cuatro cebras, igual, dos de cara y dos de culo, las que vigilaban al animal, quietas; las otras, comiendo; Los ñus, lo mismo, unos de guardia y los otros a lo suyo. Volvía a observar al guepardo, parecía que se iba a levantar, se recostaba, se daba la vuelta juguetón, y vuelta a tumbarse. La imagen de la izquierda se repetía, algunos de los observadores incluso estaban más cerca; un impala levantaba la cabeza, dirigía la mirada al árbol y seguía comiendo. Fue sorprendente, fue mágico, fue descubrir lo que realmente es la naturaleza. En momentos deseaba que empezase la acción, que el gigante gato se levantase y corriese tras una estampida de presas. En otros, sólo quería seguir observando la rareza de la naturaleza en esa actitud de extraña convivencia.

Hola Julio

Una anécdota curiosa. En uno de nuestros caminos en busca de animales nos tropezamos con unos cuantos jeeps. De repente, de uno de ellos sale un efusivo y enérgico saludo que nos dejó a todos estupefactos. Ahí, en mitad del Masai Mara un negro saluda a Julio encantadísimo de volver a verlo: “Julio, Julio, eh, hola Julio”. Resulta que era uno de los primeros amigos con los que Julio entabló conversación cuando íbamos de camino a Enkerende. Nuestro conductor, el comelón de chucherías, con el que Julio se pasó todo el trayecto entre conversaciones y risas: Nick.

La seguridad de hallar el lugar

Las conversaciones fueron importantes en este viaje. Todas, pero sobre todo aquellas en las que conocimos mejor a nuestros nuevos amigos. Preguntamos de todo, preguntamos su historia, descubrimos que mientras intentan hacerse una vida, un hogar en mitad del Masai, también buscan la manera de ayudar a la gente masai, buscando recursos, ayuda y gente para proveerles de una escuela y un hospital. Nos encontramos con una pareja que un día, hace mucho tiempo, cayeron en Kenia y desde entonces supieron que allí querían vivir. Una pareja que encontró su lugar. No saben hasta cuándo, pero saben que ahora el Masai Mara es su lugar. Envidié la inspirada seguridad del momento en que Cristina se percató de eso: de que quería vivir en Kenia.

Van cuatro de cinco: Los rinocerontes

Y ahí va una sobre otro de los Grandes Cincos. Yo había oído que los rinocerontes estaban en peligro de extinción y que los tenían bien refugiados en una zona controlada y cerrada del Masai, por eso no esperaba encontrarnos con alguno así como si nada. Pero, en una de esas mañanas de búsqueda de leones, nos dirigimos cada vez más alto y más alto hacia un monte. No teníamos ni idea de a dónde íbamos, ni que íbamos a ver, así que la sorpresa, por lo menos para mí, fue monumental. Ahí estaban, en un claro del monte, junto a dos rangers, dos enormes, grandiosos rinocerontes, Adán y Eva. Míticos, calmados, pastando, con sus cuidadores al lado. Salimos del coche, nos acercamos con uno de los ranger como compañero, nos sacamos miles de fotos, nos apartamos de su camino en línea recta con cierto acojone, y…, cómo no, Julio entabló conversación con el ranger.

Cuando los planes cambian y no pasa nada:

Tras los rinocerontes, subimos al monte, donde estaba el pequeño refugio donde guardaban a los rinos para protegerlos de los cazadores furtivos. Allí, el coche se volvió a escoñar. Pero, no pasa nada, esa fue una oportunidad para más cachondeo, para que las chicas nos tumbásemos a la bartola-literal- para almorzar pequeños sándwiches acompañados de Tuskers, y para que Julio se irritase porque había tanto hombre bajo el coche- David, Raúl y Jacobo- que él no tenía hueco para volver a restregarse por el suelo.

La curiosidad de las jirafas

En todos los paseos que dimos nos encontramos muchísimas jirafas. Cada vez más cerca y más cerca. Son unos extraños personajes del Masai, ahí en su frágil inmensidad, a cada lado de la carretera, inmóviles, observando a los extraños. Tuvimos muchas oportunidades de estar muy próximas a ellas, de admirarlas bien de cerca. En una de esas ocasiones, en el día de los rinos, un masai del camp nos vino a rescatar con otro coche. Pues en el traslado de un jeep a otro, ahí nos quedamos, en mitad de la pista, con jirafas a cada lado, mirándonos. Nos ponen los ojos como si de humanos se trataran, con la misma curiosidad  con la que yo les miro a ellas, con indiscreción. Son bellísimas, sus caras y su mirada son el reflejo de la falta de maldad.
  
El walking safari

De los últimos momentos que cuento. El walking safari. Una tarde nos ofrecieron una caminata por las inmediaciones del camp, con un masai instructor que nos explicaría el uso de los árboles, las hierbas; a distinguir las diferentes heces de los animales, a conocer el complejo mundo de las termitas. Ahí andábamos en un agradable paseo, con las perras jugueteando con Keko-Keko a nuestro alrededor, o más bien viceversa; con el masai dando detalles de cada rama; con el askari a nuestras espaldas, a un lado, de frente… Llegamos hasta la zona de la Robinson Crusoe, ubicada en  un pequeño claro de un pequeño bosque. Un lugar en medio de la salvaje tierra, en donde habíamos imaginado pasar una noche Julio y yo. ¿Recuerdan en los principios que les conté como birlamos la tienda de los anfitriones para pasar una noche, mientras ellos iban a la tienda Robinson?, pues era esto. Da respeto, mucho respeto, tanto que ahí le pregunté a nuestro profesor que qué había que hacer si se te aparecía un depredador. En síntesis, no cruzarse en su camino, no mostrar miedo y pasar de largo. ¿Qué les parece? 

En ese paseo también aprendimos a utilizar el arco. Bueno, lo que se dice aprender, pues no mucho. Éste fue otro momento estelar, pero mejor lo aprecian en video, que estoy segura de que Julio lo va a insertar.

Y por último, quedó el final de nuestro agradable paseo, con la llegada de la noche y con la sorpresa que nos tenían preparada los enkerendes. Este momento, que me muero por contar, es el que no voy a desvelar, porque merece quedarse en el anonimato, como los grandes finales de grandes películas. Lo que sí les puedo decir es que yo, al ver el ambiente, la escena, la atmosfera, lloré de emoción y abracé agradecida por el momento-regalo a Raúl y a Cristina, inmejorables anfitriones.

¿Recuerdan los cinco grandes?: Leopardo, Elefante, Rinoceronte, Búfalo y León. Pues nos faltó el León. Sí señores, mira que buscamos y buscamos. Pues no aparecieron, y eso que dicen que el Masai Mara es tierra de leones. Yo quiero pensar que la naturaleza lo hizo intencionadamente para que nos viésemos en la obligación de volver.

¿Recuerdan el 'cuidado'?. Pues, semanas más tarde, los enkerendes nos contaron que para el cumpleaños de Raúl se fueron con seis masais al monte de los rinocerontes a celebrar el día jugando al futbol. Dicen que los masais, los seis, se pasaron el trayecto diciendo el “cuidado”. Ese cuidado tan especial.

Hoy llevo 62 días en Kenia, Julio 69. En realidad el post es de los primeros días del año, así que en breve nos pondremos al día...

Hoy el recuerdo es para nuestros anfitriones, por hacernos pasar de los mejores momentos de nuestra estancia en Kenia. También para los catorce masais de Enkerende, los que nos dieron oportunidad de conocer su rica tierra.

domingo, 22 de enero de 2012

55 días en Kenia: Los primeros días del año en Masai Mara

Tras una noche única, y aquí el adjetivo tiene más sentido que nunca, despertamos el primer día del nuevo año en Masai Mara, en el camp de los Enkerendes. Tras esa Noche Vieja, sin resaca, continuamos viviendo nuestros safaris. Porque los días siguientes fueron eso: safaris en compañía de buenos amigos. Voy a intentar resumirlo, pero habrá momentos que guardaré.., algunos porque son indescriptibles; otros porque no quiero desvelar instantes especiales que preparan los enkerendes para sus visitas, no vaya a ser que un día quieran experimentar ustedes mismos los Safaris de Enkerende.

Nos levantamos el día uno con ánimo de estar relajados, así que perdimos, o ganamos, el tiempo de cháchara con nuestros nuevos amigos alicantinos en el dinning camp. Unos jugando a la diana, otras intentando hacer un arroz- paella, yo deambulando entre la caseta-cocina y la mini sala de juegos de dinning camp… O sea, pasando el tiempo y disfrutando el día.


Un atardecer safari

Pero, no se preocupen que no habrá jornada en Enkerende que no se vaya de safari, de la manera que sea. En ese primer día del año nos tocó un atardecer safari. Cogimos el 4x4 y, cruzando el río, nos fuimos a una inmensa llanura del más inmenso Masai Mara. Allí nos paramos, bajamos y, de vez en cuando, saludábamos a algún que otro jeep que retornaba a los turistas de turno a sus campamentos. En ese extenso, bello y único paraje, nos quedamos un ratito, cada uno con su gic tonic en su propia taza de metal. Cada pareja disfrutando del atardecer, charlando en el atardecer, sacándose fotos del bonito atardecer… Cada pareja ¿No? porque mientras los demás se embelezaban del adjetivizado atardecer, mi lindo chico aprovechó el momento para conocer mejor al masai que venía con nosotros en el viaje.  Mientras, yo esperaba apoyada en el capó del coche con mi gin tonic, esperando a ver si mi lindo chico se daba cuenta del bello, extraordinario atardecer que nos ofrecía el Masai Mara. Ni se coscó, pero eso sí, intimó un poco más con otro bello masai. En fin, es lo que tiene estar con un hombre tan curioso, sociable e interactivo.

Ese safari llegó a la noche, o la noche nos llegó a ese safari. Así que, con una gran linterna, que cogían en lo alto Julio y Jacobo, íbamos descubriendo más y más animales: los tic, tic, conejos africanos, más gacelas, hileras de hipos en fila india que salían del río para ir a quién sabe dónde. Bellísimos animales, cuya aparición en la oscuridad era expectante. Imaginen estar en una película, todo está oscuro, todo es silencioso, alumbras un rincón y, de repente, aparece ante ti el culo de un gran hipo. ¡Fue genial!

Ese día, antes del famoso atardecer, encontramos de nuevo al guepardo. El mismo guepardo de las otras ocasiones. Esta vez estaba tumbado en un claro, disfrutando de su tardío almuerzo o de su pronta cena. Y sabemos que es el mismo guepardo porque tiene unas manchas en el cuerpo, de una infección o algo parecido, que le hace reconocible. Ahí le dejamos, terminando su cena.

Esa noche, sin sobresaltos, ni estancadas en el barro, volvimos a nuestro campamento a disfrutar de otra velada tranquila, junto a la hoguera y al árbol desnudo de hojas, vestido con candels. Al día siguiente, nos levantábamos temprano para encontrar bien de mañana a los leones.

Hoy llevo 55 días en Kenia. Julio 62.

Hoy, un cariñoso beso a Natalia, que acompañamos desde el África Negra.

¿Por cuántos Cinco Grandes iba? Ese día no descubrimos ninguno nuevo. Nos faltaban los rinocerontes y los reyes de la selva. ¿A ver qué podía hacer Raúl? Como dice él.


martes, 17 de enero de 2012

51 días en Kenia: El cotillón masai


Llegó la Noche Vieja. Tras un safari, una siesta, en la preparada para la ocasión tienda número dos, nuestra caseta junto al río, y una ducha, llegó la Noche Vieja. 

Quedamos sobre las nueve en el Dinning camp. Todos duñaditos, coloraditos del sol y aromáticos. Ese día, Raúl le había preguntado al staff si querían ir a sus casas o si se quedaban con nosotros a celebrar la Noche Vieja. Pero, como los jóvenes masais no son muy decididos a dar respuestas rápidas, Raúl decidió que se quedaban. Así que, preparados todos para celebrar juntos la Noche Vieja: los catorce masais del camp, los mejores amigos de los enkerendes, los enkerendes, Pepa, Mara, Keko-Keko, y los que estamos de paso en África: Julio y Yo.

Mama y Papa

Algo que no les he comentado antes, aunque me llamó mucho la atención desde que conocimos a Raúl en Casablanca y nos contaba las historias de Enkerende, es que los masais del camp llaman Papa y Mama.a Raúl y a Cristina.  Cuando preguntan algo que tienen que hacer dicen, por ejemplo: “¿Preparamos hoy el coche para salir, Papa?” o “Mama, ¿mañana se desayuna en el río?”... Surge de forma natural, no es forzado y creo que es muy común en Kenia porque no es la primera vez que lo oigo. Incluso, una noche que salimos con Francis y O, a Francis le dio por llamarme Mama… Bueno, fuera como fuera o, sea como sea, es bonito, natural y espontáneo. Además, en bocas de los enkerendes siempre surge la palabra ‘nuestra familia’ cuando hablan de su camp, así que supongo que es normal que representen el papel patriarcal.

Pues eso, Papa y Mama nos habían preparado una mesa a la española para la ocasión. Cristina ya se había preocupado de ello trayendo en sus extraviadas y recuperadas maletas un montón de productos made in Spain. Ya comenté el menú, ¿verdad? Jamón, queso, foie, turrón…, acompañado de vino y gic tonic. Esa fue nuestra exquisita cena que paladeamos con ganas, hambre y placer. 

El Dinnign camp estaba también organizado para la ocasión. Con hogueras a los lados, la música lista en una esquina, las dos mesas- la española para seis comensales y la masai para catorce- preparadas con sus típicos manteles rojos característicos del camp, en esta ocasión adornados con auténticas servilletas navideñas. 

Llegaron los comensales –ellas guapísimas, por cierto, con ropita para la ocasión…, no se los perdonaré nunca- y, sobre las diez de la noche, nos sentamos todos para comer cada uno lo suyo. Los españoles a la española y los masais a lo masai: carne con salsa, papas, y chapata. Pregunté el nombre del plato,... pero es que no lo recuerdo.

En fin, nosotros con nuestros vinitos y ellos con sus sprais, porque resulta que no toleran muy bien el alcohol, o lo toleran tan bien que con una cerveza ya están chusos perdidos. 

Uvas de seis, pa 20

La cena estuvo genial, pero lo estrafalario, lo verdaderamente auténtico fue el resto de la velada que comenzó con las doce campanadas. Cristina fue a por las uvas que compartimos con los masais, todos ellos estrujados juntitos en una esquina del salón. Y así, como Jesús multiplicando peces, nosotros, no sé cómo, repartimos uvas pa doce entre 20. Raúl imitaba los dongs, yo daba golpes con una cuchara en una taza, y Julio iba instruyendo a los masais sobre cuando debían comerse las uvas. Llegó 2012, besos, abrazos, felicitaciones, champan para todos y comenzamos a bailar. Pero, antes: ‘El cotillón’. 

El cotillón fue el elemento estrella 

El cotillón fue la clave para introducir a los masais en la fiesta. Los había traído Cristina en las famosas maletas. Ya saben de qué va: gorritos de papel, antifaces, collares, pitos, globos, serpentinas. Pues imaginen todo, toito junto y puesto al revés en las cabezas de los masais. De verdad que en mi vida le he visto más sentido a la existencia de los cotillones. Todavía hoy sigo sonriendo al recordar a los lindos y sonrientes masais con sus gorritos y antifaces puestos al revés.

Hubo de todo: un poquito de Joaquín Sabina, los clásicos de toda la vida, Sawa, Sawa, típica keniata, sevillanas…. Dábamos saltitos con cada canción; parábamos para jugar a no dejar que el globo se cayese al suelo; Julio competía con los masais a ver quién era el que más fuerte hacía sonar el matasuegras. Ellos en su esquinita, poquito a poco, abriendo el círculo, con sus sombreritos, moviendo sin parar los hombros, sonrientes. Llegamos a hacer incluso un trenecito, ¿Lo pueden imaginar?


En eso que llegaron David y Manolo- no se den a engaños, son masais- que se habían perdido el inicio de la fiesta porque por la tarde fueron a Aitong, el pueblo más cercano, a buscar suministros y, como pasa a menudo, por el camino se quedaron colgados en algún risco con el 4x4. Pues hasta la una no llegaron con el coche arreglado y con más bebidas para los comensales. La bienvenida fue de entusiasmo y los introdujimos en el ambiente en un pis pas. 

La entrada de año con ritmo masai 

David se quedó a mi lado observando el disparate colorido y en eso aproveché para preguntarle si los masais no tenían canciones para la Noche Vieja. Pues en cinco minutos nos encontramos sumergidos en su ritmo masai. Sobre todo Raúl y a Julio, que seguían o intentaban seguir el movimiento y la melodía de los masais. Fue otro momento irrepetible, único, y con este recuerdo no me sale la sonrisa, sino la carcajada. 

Sevillanas y flamencos para todos 

¡Ah! Julio y yo también aportamos nuestra granito de arena. Yo ofrecí a los masais lo que creía podría ser el baile típico español: un flamenco made in Laura a lo Lola Flores, con el que dejé acojonados y más arrinconados a los masaís; mientras, Julio fue más allá. Los puso en fila y les enseñó, poquito a poco, pasos de sevillanas- curioso porque Julio no tiene ni pajotera idea de sevillanas- pero, tenías que verlos: brazo izquierdo arriba, todos con el brazo arriba; la otra mano al estómago, todos con la mano en el estómago; pasito adelante… y tachín, tachín, tachín… Que es la melodía que suele poner Julio a los pasos de baile. Otro momento inolvidable y más carcajadas. 

Finalmente, una de futbolines 

La noche trascurrió así, con bailes y ritmos masais, una de Joaquín por el medio, otra europea, risas, charlas, y finalmente futbolín. Los muzungus contra los masais, los masais contra los muzungus; muzungus y masais contra masais y muzungus,… Mientras, los tímidos se iban acercando más y más, animados por las cervecitas. Sobre todo me refiero al nuevo, Letina, un masai recomendado por Topo, muy tímido porque no habla inglés, pero muy concienzudo en su trabajo, tanto que casi nos achicharra añadiendo troncos a la hoguera. 

"¿ Y el camp,.. Tú crees que el camp está seguro?"

Terminamos la noche con los masais entusiasmados jugando de lleno al futbolín, Cris, Raúl, Julio y yo sentados escuchando tranquilamente música. Julio meditativo acariciando a Pepa; Cris y Raúl disfrutando de su hogar y preguntado de vez en cuando a Nacho- Napone-que qué pasaba con la seguridad del camp. Raúl se dirigía  al entusiasmado Nacho que estaba jugando al futbolín, “¿Nacho, tú qué piensas que el campamento está seguro?”. Se lo preguntaba a él porque es uno de askaris- vigilantes- y resulta que todos los askaris estaban jugando al futbolín. Nacho, con mucha seguridad decía: “Sí, sí, el campamento está seguro”“Are you sure?”, insistía Raúl. Nos reíamos todos y otros diez minutos de silencio, tras los que Raúl volvía a preguntar por la seguridad del campamento. El ritual se repitió unas cuantas veces y en todas nos reíamos. 

Finalmente, Julio y yo seguimos los pasos de Jacobo y Raquel y nos fuimos a dormir. Ya en la cama, seguía oyendo a lo lejos las voces entusiastas de los masais -de lo que podría definir- cantando una canción de Joaquín Sabina… Creo que Raúl intentaba enseñarles algunas de las míticas poesías del compositor de todos los tiempos. Ahí me dormí. 

Fue una Noche Vieja estupenda, con detalles inolvidables, como fue ver a uno de los jóvenes masais disfrutar del momento –no recuerdo el nombre y me va a perdonar-. Uno de los bajitos, muy jovencito, con una cara muy dulce, una mirada muy limpia y una sonrisa lindísima, que se pasó toda la noche bailando con ritmos de hombros de un lado a otro, acompañados de pasito cortos, mientras mostraba una chancla en un pie y una bota de agua, en el otro. 

Hoy llevo 51 días en Kenia. Julio, 58. 

Las palabras masaís para Julio… Que yo estoy en mi empeño de mejorar el inglés. Ya saben: pole, pole 

Por cierto, el nombre masai de Nacho es muy bonito, mucho más que el español,  pero mira que lo intento y no lo recuerdo, aunque creo que es Napone. 

Las fotos, también tarea de julio. 

Hoy he hablado con Ara. No vean que ilusión me ha hecho. Un besote para mi chica y para mi zanahorio. 

Hoy, en nuestras charlas nos hemos acordado mucho de Kiko y Rebe… Un beso enorme, pareja.

Hoy, mientras tomábamos unas cositas en el Coco Yambo, imaginábamos qué haríamos y dónde iríamos si un amigo nos viniese a visitar. Amigo, te esperamos.


viernes, 13 de enero de 2012

47 días en Kenia: Y llegó en último día del año en Masai Mara


Y llegó el día de Noche Vieja. Despertamos junto al Mara, con el peculiar grujido de los hipos. Desayunamos en el río y esperamos a ver qué nos deparaba la jornada jugando con Pepa y Mara, intentando acariciar a Keko- Keko, sacándonos otras tantas fotos más junto a él….

Ese día, además de otro safari, teníamos que ir a la pista de avionetas a recoger las maletas de Cristina que se habían extraviado, quién sabe dónde, en su retorno a Kenia. Irremediablemente y afortunadamente cada vez que sales del campamento haces un safari, así que vuelta a los caminos imposibles, nunca los mismos porque, como con las Dunas de Maspalomas, estos cambian al abrigo de la noche y a capricho del tiempo y de los animales.

Recuerdan que hablé de los cinco grandes: Leopardo, León, Elefante, Búfalo y Rinoceronte. El Leopardo lo vimos el mismo día que llegamos al campamento. Subido a un árbol y con su almuerzo en una rama por encima de él.

Búfalos, búfalos…

Bueno, pues no sé si en este safari, o en otro, descubrimos el Búfalo, el feo, oscuro e impresionante búfalo. Tan feo, tan histórico y tan leyenda que me pareció bellísimo…, pero no tanto como los lindos pumbas -aunque Julio dicen que son los bichos más feos del mundo-. Es lo que tiene Disney, que te hace sentir cariño hasta por el animal más fachoso.

Los Búfalos se te aparecen de repente, o te apareces ante ellos de repente, en manada, tranquilos, calmados, moviendo esas orejas tan peculiares bajo los cuernos, mirándonos, observando nuestros movimientos. Tras el primer encuentro, con los días, de vez en cuando, tropezábamos con un búfalo solitario tumbado bajo un árbol, pachorro y sin expectativas de moverse. Señores, ¡Qué imagen!

La orgullosa acacia

Seguimos nuestro camino, cruzando el río y subiendo al monte para descubrir entre las manadas una de las fotografías más bonitas del país, una de las preferidas de los enkerendes. Es una imagen sencilla, corriente, pero creo que representa a la perfección el paisaje del Masai Mara. Se trata de una orgullosa acacia que, con el tiempo, ha perdido tierra donde agarrarse, así que resistiéndose a caer, se alza inclinándose hacia el río mostrando sus fuertes raíces.


Creo que fue en ese trayecto cuando vimos otro de los cinco: El Elefante. Subimos un monte y ahí estaban. Dos hembras en fila india –según nos comentan, una muy mayor-, cinco metros de distancia entre ellas, con un sorprende silencio en su andar. Paramos y admiramos sus pasos. Uno, dos, baja la cabeza, rodea un manojo de hierbas con la trompa, lo arranca y lo introduce en la boca, mueve las inmensas orejas. Otra vez, uno, dos, tres pasos, baja la cabeza… Nosotros cerca, muy cerca, con el motor apagado, todos en silencio, invisibles para ellas,…o por lo menos lo parecía…

¿Sabían que los elefantes son los más imprevisibles y agresivos animales de la Sabana, en el caso de que les inoportunes? ¿Sabían que se comunican entre ellos dando golpes en la tierra con las patas? Cómo si se trataran de tamboreos… Yo no lo sabía.

La manyatta
Cinco o diez minutos después- se trata uno de esos tiempos en los que se para todo menos ellos, los animales- seguimos nuestro destino hacia la pista de avionetas, pero antes visitamos una Manyatta. 

Las manyattas son los asentamientos de los masais que se dispersan en la Sabana. Se tratan de círculos de chozas que se ordenan alrededor de un corral de ramas dispuesto para proteger el ganado de los animales salvajes. Son auténticos, originales y tradicionales, pero muchos ahora se han convertido en manyattas de trabajo, en pequeñas recreaciones para los turistas.

Al que acudimos nosotros era ambas cosas: una manyatta original, acompañada de una plaza de vendedores. Nos cantaron, nos bailaron y después un joven masai- que bien podría ser un actor por su bien parecido y su don de comunicación- nos explicó cómo vive la gente en las manyattas. En realidad, a mí, a Raquel y esporádicamente a Jacobo, porque los otros tres (Raúl, Cristina y Julio) deambulaban por ahí hablando con las mujeres o guerreros del lugar, dando caramelos a niños frente a la mirada de reprobación de las madres, o sacando fotos, muchísimas fotos. Es más, Julio se emocionó tanto con los niños, con la autentica gente del lugar, con interactuar con ellos, con retratarlos, que se olvidó de sacar una única foto de mí allí. Por ese descuido estuve torturándole todo el día… ¡Vaya que sí!... Como compensación me sacó una junto a Manolo, un simpático masai del camp que nos acompañó ese día.

En la mayatta nos mostraron y describieron una de las chozas familiares, la forma de vivir, de proteger su ganado y cómo las cosas cambiaban con el tiempo. Fue interesante, pero mejor fue estar diez minutos con ellos, con los niños, los sucios y guapos niños.


Tras duras negociaciones, regateos, charlas de ingenio y demás, compramos algunas chucherías y seguimos nuestro camino.

Comimos unos sándwiches en la pista de avionetas, acompañados de huevos duros hechos en el camp. Recogimos las maletas, llenitas de productos españoles y, sobre todo, alicantinos: quesos, boquerones, foie, jamón serrano, turrón,… nuestra cena de Noche Vieja, y volvimos a casa… ¿Se dan cuenta? He dicho a casa.

En la vuelta por el mismo paisaje, David hizo un desvió para llevarnos a una explanada sobre el río. Sabía perfectamente dónde nos guiaba, justo al lugar donde reposan los cocodrilos. No creía que fuese a verlos, pero ahí estaban, dos inmensos, calmados y sigilosos cocodrilos: uno, tomando el sol, y el otro, sumergiéndose hacia los hipos. 


Tres cosas me llamaron la atención de los animales que conocí en este paseo: Una, las orejas caídas de los búfalos y sus arrítmicos movimientos; dos, el neutro color grisáceo de los elefantes, las arrugas de su inmensa piel y el sonoro silencio de sus pasos; tres, el brillo, la geometría y el color de los lomos de los cocodrilos, así como su pacífico saber estar junto a los hipos.

Este fue el día de la Noche vieja, o quizás no…. Porque ya empieza a estar lejana nuestra experiencia en Enkerende y creó que confundo los momentos. Puede que nuestros encuentros con estos animales fuesen en otros safaris. Pero, ¿Qué más da? Verlos los vimos, y sentirlos los sentimos.

Vamos tres de los Cinco Grandes: Leopardo, Búfalo y Elefante.

Mañana les cuento la especial Noche Vieja. Nunca en la vida hemos vivido un fin de año como ese… Fue auténtico, infantil, tranquilo y no creo que volvamos a repetir una experiencia igual. Festejamos la despedida 2011 junto a los masais.

Hoy llevo 47 días en Kenia. Julio, 54

Tengo muchas más historias que contar: las de después de Enkerende. Así que las apunto para no olvidarlas y continuar con ellas para cuando termine nuestra experiencia en el Masai Mara: La cena de Reyes Magos, Las misioneras mexicanas de la parroquia de Guadalupe que trabajan en Kibera; el proyecto de Xotchitl: ‘Creciendo, creando y recreando’; las iniciativas de ayuda de los Akicha para el pueblo Turkana- Olatz y Francis- Mi nuevo profesor de inglés y su hermana, una campeona atlética paraolímpica: Los Wafula; La amistad entre Francis y Julio; las conversaciones que mantenemos con Judit, la que viene a limpiar; el majete de Nasib, el chófer cómplice de Julio; la admiración por esta gente, la impresión de estar todavía en la superficie de la realidad keniata, la necesidad de hacer algo, de ser útil….

Palabras, en esta ocasión masais, las que nos ha apuntado Raúl por email- Julio no olvides ponerlas-

Pasado más de un mes, empezamos a sentir la necesidad de ver a los nuestros. Cuanto más pasa el tiempo, más les añoramos y más nos damos cuenta de los que les necesitamos: a la familia, a los amigos, a los especiales. Yo, en particular, tengo muchas ganas de dar un gran abrazo a muchos de los míos: a mis especiales.  Sé que Julio también añora mucho, mucho, a los suyos.

Pd: Las fotos las elige Julio. Espero que ponga muchas de cada momento… 

Palabras Masais:  "shopa", "ashé", "olesere". creo que olesere significa "adiós", ¿es así Raúl?.


miércoles, 11 de enero de 2012

45 días en Kenia: Y llegaron las Safaris

Hoy estoy realmente cansada, pero lo voy a intentar porque Enkerende, los enkerendes y los masais de Enkerende, lo merecen. Además, tocan los safaris, los únicos e irrepetibles safaris.


En realidad, en Enkerende cada momento fue único y distinto. Todos los desayunos eran especiales; los momentos muertos, necesarios; los gin tonic junto a la hoguera, únicos; las siestas, deliciosas, y las charlas, todas, hasta la más tonta, irrepetibles. Pero, desde luego que lo que no tuvieron desperdicios fueron los safaris.

Enkerende para nosotros solos

Enkerende se quedó solo para nosotros a partir del segundo día hasta nuestra marcha. Un pequeño paraíso exclusivo para cuatro amigos y otra pareja en camino de serlo: Julio y yo.

El día prometía sólo despertar. Disfrutamos de un largo, copioso y rico desayuno a la orilla del río y, entre charlita y charlita, esperamos a que nos organizasen la jornada. Desde luego que para Jacobo, Raquel, Julio y yo, Enkerende fue unas vacaciones de verdad, de esas que no se piensan, no se decide, no se elige. Pero supongo que Raúl y Cristina no comparten la misma opinión. En fin, algún día se les compensará, seguro, porque tarde o temprano recibes lo que das. Así que, enkerendes, si leen el blog, ya saben, no desespere…

Bueno, que estaba en el desayuno de Enkerende. De verdad que no me resisto a no contar qué desayunábamos: zumo natural, cada día diferente: mango, plátano, piña; trocitos de fruta; tostadas con mantequilla- me encantaba esa mantequilla-; huevos revueltos o en tortilla, con salchichas y beicon; tortitas con Nutela y café, pero no cualquier café, sino ese que no te pone nervioso. Ya saben ¿No?  Sé que enumerar qué desayunábamos es una chorrada, pero es que los disfruté tanto.

Julio bautiza a un masai: Nacho

Nos tomamos el día con calma. Julio iba y venía, aparecía y desaparecía, y volvía con alguna historia de un masai. En una de esas nos dice que ha bautizado a un masai. Es uno de los ascari, uno muy alto. Le pidió que le pusiese un nombre en español. A Julio le daba pudor elegir por él, así que  enumeró unos cuantos nombres y el masai optó por Nacho. Para mí que se apoderó del que le venía al pelo. Desde entonces, allí donde le veíamos, le llamábamos Nacho.

Mientras, las muzungas, cotilleábamos el campamento. Algo así como: aquí el salón, aquí los baños, pero en versión camp. Deambulábamos por ahí con Pepa, Mara y Keko-Keko jugando a nuestro alrededor. Pepa y Mara  son dos perras, según Raúl de raza masai, juguetonas, divertidas, cariñosas y traviesas. Se pasan el día retando a Keko- Keko y éste las vacila de mala manera, esquivándolas con sus saltos de 180 grados.

El primer safari: el leopardo y los barriales

En fin. Voy a lo importante. Pero aviso que, para mí, todo fue importante.  Ese fue el día de nuestro primer safari. En realidad, de mí primer safari, porque el resto de la comitiva ya había vivido alguna en su vida. Es una pena pero no recuerdo qué animal fue el primero que vimos. Los montes estaban llenos de manadas de todo. Ya los he nombrado y supongo que ya saben que animales habitan en la Reserva de Masai Mara ¿No?

L preparada para descubrirlo todo
Ahora pienso que esto de los safaris es más qué ver animales, es también la expectativa de si te encuentras alguno de los Cinco Grandes: Leopardo, León, Elefante, Búfalo y Rinoceronte. Cuando preguntábamos por alguno, Raúl decía en clave de humor y un poco socarrón: ¿A ver qué podemos hacer?, como si de él dependiese. Y sí que hizo, sí…

Ya pueden imaginar mi emoción, supongo que mayor que la de nadie, por ser la primeriza en esto de los safaris. Ahí, en medio del infinito, dando saltos, tumbos, inclinándonos, alongados al techo abierto del 4x4, mirando de un lado a otro, buscando entre matorrales, señalando un nuevo animal. A la derecha, jirafas; a la izquierda, una familia de pumbas; a todos los lados, cebras, gacelas, impalas…Les puedo asegurar que, cada día, en cada safari, descubrí un animal diferente. No nos faltó ninguno… Bueno, uno sí.

Ese día el protagonista fue el guepardo. Lo encontramos ganduleando en la hierba, con una barriguita sospechosa. Yo creía que era hembra y que estaba embarazada, pero no, lo que pasaba es que se había metido un buen festín. Allí nos quedamos en silencio, expectantes, admirando, sacando fotos y fotos, hasta que llegó el atardecer. 



Guepardo
Finalmente, el guepardo se cansó de nuestra compañía e ignorándonos, como sólo saben hacerlo los animales del Masai Mara, se marchó hacia los aislados bosques de la tierra.




Pues nada, como no había más que hacer, también era nuestra hora de irnos, igual que el guepardo y el sol, pero… Ahí comenzó otro de los grandes momentos de los safaris. Ese en el que la tierra te recuerda que no nos da la bienvenida a los muzungus en grandes coches. Y es que nos quedamos encajados en un barrizal. Les aseguro que lejos de preocuparme, para mí fue más emocionante si cabe, y para Julio, ni te cuento. 

David, el masai que si tiene paciencia será el hombre de confianza de los enkerende, si no lo es ya, es un acompañante perfecto para estos momentos. Y les aseguro que hubieron unos cuantos. Se sale del coche, con los pasos del guepardo cercanos todavía calientes, se pone con un tronco a sacar tierra, Raúl a forzar el coche, todos emocionados queriendo bajar, Julio que se tira al suelo para liberar la rueda, y yo, como una niña, feliz de la emoción. Una media horita de esfuerzo y salimos de ésta.

Primer atasco
 Ya la noche era cerrada. David conducía- los conductores son o Raúl o David- y, para animarnos más en nuestra emoción, se metía en los caminos más imposibles. Yo creo que buscaba un león, pero lo sé ahora tras un poquito de experiencia. Entre bosques, pistas imposibles. ¿Digo pistas?, ni pistas, ni leches: matorrales, hoyos, hoyuelos, hoyasos, socavones, seguimos nuestro camino hacia el campamento… Hasta que volvimos a caer. Esta vez el agujero era imposible y, tal como decía Cristina, ‘de ésta no salíamos.

Positivismo, positivismo

De verdad que la escena fue cómica: Raúl diciendo: ‘Cristina, positivismo’; Ella, saliendo y repitiendo: ‘Sí, positiva’, hasta que vio en lo que nos metimos e inmediatamente dice: ‘de ésta nos tienen que rescatar’; David, alejándose en la oscuridad; yo con dos cervezas en la mano - la de Julio y la mía- en mitad de la nada y con linterna en mano, mirando al negro, muy negro bosque; Julio colocando piedras bajo la rueda encajada, poniéndose perdido de barro; Raúl haciendo rugir el motor inútilmente; Jacobo diagnosticando el problema, y Raquel, con una cervecita y medio cuerpo por fuera del techo del coche.

Para no aburrirles, finalmente sí que salimos. David no nos abandonó, como yo creía en un principio, sino que se fue al bosque a buscar una rama. La cortó con su machete y la utilizó como palanca. Del momento muestro foto porque realmente aquí una imagen vale más que mil palabras.

Segundo atasco
Llegamos al campamento y disfrutamos de una estupenda charla frente a la hoguera con la que Raquel y yo aprendimos a saber no hacer nada. Cenamos otra estupenda cena, cuyo menú nos recitaba disciplinada y seriamente un joven masai, y nos fuimos a nuestras estupendas, románticas y acogedoras tiendas, junto al río Mara.

Hoy llevo 45 días en Kenia. Julio, 52.

Ayer conocí a dos jóvenes cooperantes de la iglesia Guadalupe de México, que llevan años trabajando con la gente de Kibera- si han visto ‘El jardinero fiel’ sabrán a qué zona me refiero. Ya les hablaré de ellas, porque las experiencias que cuentan no tienen desperdicios.

Hoy Kenia está revuelta. Las elecciones están lejanas, pero la gente ya se empieza a poner nerviosa y se oyen rumores de atentados. Tranquilos con nosotros, nos avisan de todo y no salimos de casa.

Hoy seguimos echando de menos Enkerende.

Hoy me encantaría ver la carilla de Zanahorio, el peque de Ara.

En cuanto a las palabras suajili y masais. ¡Venga, hombre!, que escribir un blog ya es un esfuerzo. Si en realidad no recuerdo ni una. Siempre las miro en el traductor de google. 

domingo, 8 de enero de 2012

42 días en Kenia: Junto al Mara y sus huéspedes

Como no me de prisa se me van a acumular los recuerdos. Cada día, por poquito que sea, tengo algo que contar, pero todavía ando por la Noche Vieja en Enkerende. En realidad, sólo les he puesto al día de nuestra llegada. Fue a partir de entonces que descubrimos el paraíso. Mucha gente le llama así: 'Paraíso', y es que no exageran, la descripción es literal. Porque al morirme, si existiese un cielo, me gustaría que el mío fuese Enkerende.




Keko-keko

Pole, pole -lento, lento- y paso a paso. Llegamos a Enkerende y además de los masais, a la entrada nos vino a saludar un residente muy especial del camp. Si quiere puede pasar desapercibido, suele ir a cinco o siete pasos detrás de ti, va a lo suyo pero no te pierde de vista, es muy silencioso y come hierba. Se trata de una huérfana gacela thompson, adoptada por Raúl y Cristina, o eso creen ellos, porque al ver cómo se maneja Keko-Keko por Enkerende,  para mí que ha sido él el que ha adoptado a sus padres muzungus y ha hecho del campamento su hogar. Es adolescente y le están creciendo los cuernos....Eso será un problema para los Enkerendes que todavía hoy, imagino, están pensando qué hacer para que los cuernos no se conviertan en una queja para los clientes petardos. Ya sé vera...

El Mara de Enkerende 

Pues eso, la primera sorpresa fue Keko-Keko (repito su nombre porque es así como Cristina le llama por las noches para encerrarlo y que no se lo coma ningún depredador). Con Keko-Keko a nuestras espaldas, prudente, sigiloso, y en ocasiones temeroso, nos fuimos a almorzar. Fue el momento en el que descubrimos el lugar donde nos hallábamos. A ver si consigo describirlo más o menos como realmente es. El camp de Enkerende es un sitio libre, un trocito de tierra en medio del ecosistema del Masai Mara. Tiene el privilegio de cortar por un lado con el río Mara,  cuya orilla opuesta ofrece un monte de bosque, y de extenderse en el infinito de la tierra por el otro. El camp está delimitado por líneas imaginarias o por las figuras lejanas de los askaris- los masais guerreros- los que vigilan el lugar, los que te protegen de lo desconocido, los que aparecen y desaparecen de tu vista, sin que sus pasos les precedan. Allí en medio de la libertad se disponen las tiendas de Enkerende, parece que de forma natural, pero no, no es así, cada caseta y su lugar está pensado y bien pensado... Pensado por Cristina. 

Las tiendas Mogambo, más pequeñas y auténticas, mirando al infinito; las Rivers, acompañadas del sonido del río y de sus incondicionales huéspedes: los hipos, los inamovibles hipopótamos que, generosos ellos, cada día nos acompañaban con sus bufidos. A las  mimetizadas tiendas con el entorno íbamos por pequeños caminitos de piedra que nos guiaban hasta el alma del Camp, el centro de reuniones, el Dinning camp. Pero, en realidad, el alma del campamento era juguetón y un día podía estar encima de una colina; otro, a orillas del río; la noche, alrededor de una hoguera... o en cualquier lugar que Cristina decidiese para ese día . 

En el día que llegamos, el almuerzo tocó encima de una pequeña colina, bajo la sombra de los árboles y con el río de compañía. Desde entonces, los masais con bandejas, el cocinero con su cocinilla, el askari en un rincón, o a lo lejos, y los manteles masais a cuadros rojos, se convirtieron en algo familiar. El lugar de descanso podía ser cualquiera, pero ellos siempre serían los mismos. Con sus movimientos suaves, su seria, corta y tímida introducción del menú, su solemnidad al servir, su mirada clara, su atención, su comedida simpatía. Y, tras unos cuantos desayunos, almuerzos y cenas, su interacción con nosotros.   

Fue una buena llegada. tranquila, pausada, que nos daba el tiempo a observar y conocernos. Eramos dos desconocidos con cuatro buenos amigos y catorce masais. El corto día de Kenia no dio para mucho más y menos necesitábamos. Pasamos la tarde conociendo a nuestros compañeros de aventura: Cristina, la sigilosa organizadora, que venía y se iba para programar algo -de eso nos dimos cuenta con los días-, sin cambiar el ritmo, la tranquilidad y la sonrisa. Raúl, arreglando cada desaguisado que surgía, haciendo cortas sesiones psicológicas con sus masais cuando el momento lo requería, aguantando el temperamento frente a algún gaje del oficio y, entre una cosa y otra, contándonos historias de su vida en Masai y de la vida masai; Jacobo, el empresario alicantino que se cree serio y que en realidad es sensible, que se hizo a si mismo, que como digo yo sería candidato a la lista de supervivientes si el mundo sufriese un holocausto, el talento arreglacosas, y Raquel, la 'hiena' compañera de risas de Cristina, elocuente, ingeniosa, amable, cariñosa, cercana, temerosa con risa y envalentonada sin enterarse. Yo, preguntona espontánea sin freno, y Julio, el charlatán amigo de los masais. 

Tras terminar el día, junto a una hoguera, con quinina en la mano, con el murmullo del río por compañero, con la imagen del árbol sin hojas vestido con lámparas de benceno, con el ritual de los masais, con sus voces llegando al trance, con nosotros bailando junto a ellos, cogidos de la mano, dando pequeños y torpes saltos, tras una deliciosa y equilibrada cena, nos convertimos todos en compañeros para despedir el fin de año. 

Esa noche, el campamento todavía alojaba clientes y estaba al completo. Por eso, Jacobo, Raquel, Julio y yo arrebatamos la tienda de los anfitriones, mientras ellos se iban a mitad de la nada a dormir en la tienda Robinson Crusoe -creo que con este nombre no necesita descripción-. Yo, por mis alteres mentales, le llamo Robin Hood. En fin, que cualquiera de las denominaciones da por hecho el coraje que se tiene que tener para dormir en ellas. 

Ya en ese día soñé vivir en el Masai junto a Julio. Teniendo como vecinos a los Enkerende- Cristina y Raúl. Imaginen, si sólo fue el primer día, imaginen, lo que sentimos en los siguientes...

Hoy hace 42 días que estoy en Kenia . Julio, 49.

Los masais nos enseñaron muchas palabras en su idioma, pero es que no llevaba libreta y no recuerdo ni una. A ver si Raúl me apunta alguna para chulear.

Los Enkerende están en su 'hogar'. Se les echa de menos... A todos y en el todo. 

Hoy estamos con Jacobo, cuyo final de viaje fue bastante agridulce. Un cariñoso beso y abrazo a los dos: Raquel y Jacobo.

Hoy un guiño a Kiko y Leila. A los primeros que invitaremos a nuestro especial masai el día que lo tengamos.


El próximo día presento a Pepa y Mara, los Safaris y algo más...

miércoles, 4 de enero de 2012

39 días en Kenia: Enkerende, ' entre montañas'

Me voy a aturullar, sé que me voy a aturullar porque es tanto lo que hemos vivido, es tanto lo que hemos sentido, y es tanto lo que quiero contar que, seguro, me voy a aturullar. 

Se los adelanté hace unos días, ¿recuerdan? Les comenté que pasaríamos el fin de año en un campamento de Masai Mara. De ese chico, Raúl, un ex- informático que, por casualidad o destino- destino según él, se tropezó con Julio nada más llegar a Kenia y, como si de un chispazo se tratará, surgió tan buena sintonía que, seguro, ante nosotros se cuece una larga amistad. 

Pues eso. Llegó el día y nos preparamos para irnos al Masai Mara, a Enkerende, a 'Entre Montañas'. Ese es el nombre del campamento de Raúl y Cristina,dos alicantinos que dejaron su tierra para crear un hogar. Ya son muchos los que han hablado de su campamento, de su dulzura, de su idílica ubicación, de su armoniosa disposición. Miquel Silvestre, Alicia Sornosa, otros tantos periodistas y, yo creo, que cualquiera que tropieza con Enkerende y junta palabras, hace mención al campamento, siempre buena, excelente. 

Yo no voy a repetir lo que otros describen tan bien, yo no voy a detallar el campamento como si de un panfleto publicitario se tratará. Yo les voy a contar lo que me sale de las entrañas, lo que nos salió de las entrañas a Julio a y mí. Yo voy a intentar trasladar a nuestros amigos nuestra experiencia, nuestra vivencia, que llegó a la perfección en pureza, realidad, generosidad, simpatía, curiosidad... Y me voy a deleitar, así que poquito a poco y empezando por el principio. Si no termino hoy, que seguro que no, pues seguiré mañana, y al otro día, más, hasta que lo escupa todo, que es mucho: 

La llegada, la bienvenida del 'hombre del cuchillo', los sinceros abrazos de encuentros, la vieja masai (Coco) dando cariño con dulces gestos a Cristina, el camino, el largo camino, tortuoso, incompresible camino entre grandes extensiones dibujadas por Disney, las noches frente a la hoguera, los desayunos en el Mara, el confort de la tienda, la bolsa de agua caliente que me trasladó a los cuidados de mi abuela, los masais, la sonrisa de los masais, el baile de los masais, el canto de los masais, el mimo de los masais, el mimo de Raúl y Cristina hacia los masais, Julio con los masais, los abrazos de los masais, la complicidad de los amigos, las charlas de las 'hienas': Cristina y Raquel, la bondad de Jacobo, los estupendos, acojonantes y divertidos encallados del 4x4, como si de un barco se tratase; la pasión de Raúl, sus historias, la energía contenida de Cristina, su perfección en la organización disimulada, el paisaje, su inmensidad, y ellos: los hipos, los leopardos, las jirafas, las diferentes gacelas, los pumbas, los dic-dic, el rino, los ñuz, los búfalos..., Mara y Pepa, las perras de los Enkerende, y Keko-Keko, la huerfana gacela thompson que Raúl y Cristina han adoptado. Pero, habrán otras cosas que no cuente, porque yo ahora, como Julio hizo conmigo, no quiero que sepan más de lo que deban para que algún día con sus ojos puedan descubrir por primera vez el mundo de Cristina y Raúl. También porque en eso radica la magia de estos alicantinos, en sorpresas que no pienso desvelar. 

Por eso, por aumentar la sorpresa, Julio me tenía prohibido buscar cualquier tipo de información sobre Enkerende -se lo agradezco-  así que hasta hoy no me he metido en su enkerendesafaris y tampoco he leído lo que otros han escrito del campamento. Miento un poco porque echo vistazos entre líneas. Pero, no quiero decir nada que haya dicho otro y si me repito será por casualidad... o por destino. 

Por el principio...

El principio comienza con ellos, con Raúl y Cristina. Los artífices de todo, los inventores de un lugar especial, los modernos masais-muzugus, los creadores de Enkerende. Una pareja tan mágica como el sitio que han creado: Su hogar y su vida, una vida en la que muchos nos entrometemos, en la que entramos por unas puertas abiertas de par en par, y de la que con gusto no nos moveríamos, para observar y admirar como crece Enkerende. Así que, ya lo tienen claro, Enkerende, en Ol Choro Oirowua, no es sólo un campamento con safaris, Enkerende es Raúl y Cristina y su vida en el Masai Mara.

Raúl hizo lo posible para que pudiéramos ir a su 'casa' intentando evitar que nos gastásemos una pasta por el camino. Es sabido por todos que los Safaris suponen una buena inversión, y después de vivirlo, francamente, no me extraña, porque por la fortuna de estar tan cerca de los organizadores, podemos imaginar lo costoso que es mantener un 'hogar' así. 

Bueno, el caso es que él lo planeo todo: ''se vienen en la vanette, que recoge a mi mujer y a mis mejores amigos recién llegados de España y pasan los últimos días del año con nosotros". Pues ni cortos ni perezosos, nos levantamos a las cuatro de la mañana para encontrarnos con unos cansados pero, desde el primer minuto, sonrientes desconocidos: Cristina, Raquel y Jacobo. Y así, de un golpe, nos metimos de lleno en las íntimas navidades de una pequeña familia- porque saben que la familia a veces no proviene de la sangre- una encantadora familia. 

Y comenzó nuestro camino hacia el Masai Mara por una carretera de infarto, estrecha, bellísima en ocasiones, jodida, en otras. La carretera del impresionante Valle del Rift. Tras unas seis horas de camino, con amanecida incluida y de acompañamiento un paisaje que ya empieza a ser familiar, pasamos el último pueblo grande- Narok- que lleva a la Reserva y los parques de Masai Mara, para adentrarnos en una pista dibujada con tantos baches, agujeros, piedras, charcos sin fin,  y rocas que para el visitante novato -o sea yo- ya producía bastante impresión. Yo no sé si alguna vez, en alguno de los saltos sin conocido equilibrio del coche, Cristina se asustó. Para ella la prioridad era mostrar tranquilidad y así lo hizo durante todo el camino. Mientras, Raquel no nos dejaba comer los caramelos que llevábamos porque eran para los niños que corrían junto a la pista para recibir a los muzungus. Jacobo se mantenía jodidamente incómodo en mi sitio para que yo pudiese calmar mis nervios con un cigarrito junto a su ventana, y Julio conversaba, conversaba y conversaba, entre risas y preguntas a Nick, el conductor. Ahí Julio ya se creó fama entre la pequeña familia alicantina. Y la verdad, no exageraban, porque no paró de charlar con cualquier masai o keniato que se encontraba por el camino. 

Llegamos. Pero no al campamento. Raúl tenía trabajo. Un grupo de iranies que disfrutaban de su último día de Safari. Así que fuimos a su encuentro al pueblo de la zona, Aitong. En realidad, yo no aprecié ninguna estructura que dibujase un pueblo tal y como lo conocemos. Yo lo que me encontré es con el alma de África de golpe: El pueblo masai en un día de mercado. Ahí en medio de la sabana, de grandes extensiones de terreno, entre pasto, ganado, monos, caminos desteñidos, niños sueltos y dispersos, plantaron el mercado, adornado con el multicolor de los masais, de sus sonidos, de su bullicio, de sus traqueteo, y entre landrovers, landcruisers, quads, puestos improvisados, vendedores y vendedoras ambulantes, entre todos aparece el más sucio de los Raules con la más fascinante de las sonrisas y con un cuchillo en la cintura. Nos daba la bienvenida 'el hombre de los cuchillos'. 

Julio y yo, en la medida que pudimos, a veces sin éxito, nos hicimos a un ladito para respetar el reencuentro. Los besos y abrazos de añoranza de Cristina y Raúl, que hacía un mes que no se veían; los sinceros y felices abrazos de los cuatro amigos; el reencuentro de Cristina con David, el masai que se ha ganado la confianza de los Enkerendes, la acaricia de la vieja masai en la mejilla de Cristina, llena de pendientes, abalorios, telares. La Tursker de respiro- la cerveza de allí- y vuelta al coche para trasladarnos al Camp. 

Mi primer contacto con la Sabana, un leopardo colgado de una rama de una árbol, mientras que su presa muerta, un pobre impala, esperaba acomodado en otra superior. Sorpresa, cierto temor y mucha, pero mucha emoción. No tenía ni idea de lo que los siguientes días me tenían preparado.

Llegamos a Enkerende, a su camino de entrada, a su arco de ramas secas, a la bienvenida masai, a los cantos que te llevan a cierto trance, a los saltos, a los grandes saltos que Julio dice, con cierta ingenuidad y mucho humor, llega a superar, y llegamos a los apretados, fuertes y emotivos saludos de mano. 


LLegamos a una aventura, la nuestra, la de Julio y la mía, la que me enamoró hasta las trancas, la que Raúl y Cristina, con esfuerzo, sangre y lágrimas- como dicen los Enkerendes- desean enseñar a todo aquel que desee aprender.

Queda mucho por contar y no dejaré de hacerlo hasta que los recuerdos estén toitos detallados. Espero haber empezado bien y que el aturulle me haya dejado mostrar aunque sea una pizca de lo que vivimos.

Hoy hace 39 días que estoy en Kenia. Julio lleva 46. Ya estamos profundamente contagiados del mal de África

Hoy a todos, un beso enorme. A todos los tuvimos en mente y con todos nos hubiese gustado vivir nuestra llegada a Enkerende.