miércoles, 30 de noviembre de 2011

3 día en Kenia: el mercado

El Club Kenia

¡Madre mía!. Cómo todas las noches sean así, yo muero en Kenia. Anoche nos fuimos a cenar a un sitio de moda de Nairobi. Según I, el KOne, - Club Kenia- así se llama. Es un lugar de encuentro de gente de bien del lugar, de profesionales liberales a los que les va bien las cosas, como son los periodistas... !Ejem! Vaya realidades tan diferentes ¿No?. 

Bueno, el sitio era estupendo. Una explanada ocupada por grandes cabañas, unas bajas, otras alzadas. En la cabaña que nos metimos había música en vivo, esplendida. Allí conocimos a Dega, una somalie amiga de I que está metida en muchas historias, que pretende crear un museo de arte keniato y que es artista. 28 añitos, encantadora, sonriente y con la mejor de las conversaciones. Pena que me perdía mucho de lo que decía... De todas maneras quedamos en que le ayudaría a abrir ese museo...je je je. 

En fin, nos pasamos hasta las 2:30 de la madrugada charlando y bailando ocasionalmente con negros, a Julio le pretendió una negrita con peluca larga y pelirroja y yo bailé con dos negritas que me cogieron por banda, es que I dice que las mujeres están tan hartas de los hombres y de sus maneras que prefieren acercarse a las mujeres, Pues, !vaya por Dios!. ¡Ah! y  A tuvo un éxito arrollador y hasta pesado con dos keniatas, uno joven y otro viejo. 

Paseando por el City Marquet

Hoy nos hemos levantado con un poco de más calor. Ha venido en su primer día nuestra 'Keli', como la llama Julio, que se llama Judit y que tiene pinta de muy buena gente. Va a venir a limpiar la casa tres veces a la semana. Francamente no es necesario, pero así ella tiene trabajo y consigue que la compañía que nos la ofrece le hagan fija. Pues, sí es para buen fin.... No sé si me acostumbraré... Sí que me acostumbraré. 


Nos hemos despedido de Judit y Nasib nos ha llevado al City Marquet. Ya saben, lo típico. Todos detrás de nosotros para que entráramos en su tienda, eternos regateos y algunas que otras chucherías al bolsillo. Lo que no era común es que no había ni un turista, por no haber no había ni un comprador, excepto nosotros. Julio estuvo genial con su jerga regateo, mientras yo le iba destrozando sus negociaciones con mi espontánea torpeza. Para librarme de ellos, les prometía que volvería en otra ocasión. Creo que no miento ¿No?. En el mercado compre flores para que la casa parezca más nuestra casa.  Después I nos llevó a la Biasara Street- calle de negocios- donde nos hemos comprados algunos Kikoy, pareos de telas de la India que son estupendos. Y es que los mejores comerciantes de Kikoy son indios. En Nairobi hay una buena comunidad de ellos. 

Poco más, nos hemos dado un buen paseo, hemos disfrutado de la calle bulliciosa, ruidosa, estruendosa, llena de coches, de gente, de...alguna miseria y, con nuestro Nasib al supermercado, hemos hecho una buena comida en casa.

Hoy ha sido una buena mañana, pero por la tarde hemos recibido la noticia de la muerte de Adelina, la abuela de Julio. Una mujer encantadora, familiar, lista y cariñosa, por lo menos conmigo. En fin, que la tarde la hemos pasado tranquilos, tristes y Julio añorando estar con su familia. Ahora pasamos una noche en casa, tranquila y lo más familiar posible. Yo escribo mi post diario, escuchamos a Buka, A está haciendo una tortilla de papas y Julio e I charlan tranquilamente, todo con un buen vino. 

Hoy hemos aprendido una frase nueva, necesaria para el mercado: Gali Sana: 'Muy Caro' 

Hoy comenzamos a diferenciar las caras de los somalíes de los keniatas. Los primeros tienen las caras más largas, las narices más finas y el pelo menos encrespado. 

Hoy nuestras almas se han ido con la gente del pueblo. 

Hoy sólo quiero dar muchos besos a Julio, pero no quiero agobiarlo.

Hoy nos han acompañado: Kiko, Eva Vera, Eva Martín, Virginia, Marpelina, Sergio, Mavi, la Ratita, Martita Pinel y un anónimo que nos echa mucho de menos

Para los curiosos: Nuestra cocina

martes, 29 de noviembre de 2011

2 día en Kenia. Idas y venidas hasta que cayó la monedita

Hoy nos ha despertado un día más claro. Parecía como si Nairobi anunciase que se acerca el verano. La temperatura es deliciosa, fresca y ligera. Aunque la lluvia persiste, muy poquito y sólo un ratito, pero todavía está presente. 

Pero..., antes vino la noche de ayer. Después de mi gran aventura por dos calles farragosas para ir al centro comercial, fuimos a cenar a un lugar muy esplendido, en diseño y en dinero, llamado Casablanca. !Guau! el famoso Casablancas que me había comentado Julio. Es un sitio delicado, alumbrado por hogueras y velas, con camas, telares, madera, con dos zonas diferenciadas: La de copas, sinuosa, en penumbras, misteriosa y delicada, y la del restaurante, con velas por doquier, camareros en cada mesa y menús exorbitantes. Una botella de vino cuesta 140 euros. Por supuesto, pedimos una copita de vino. 

Fuimos a cenar con otros compañeros de Julio de Msf. Se despedían de la encargada de comunicación y por eso la cena. !Qué envidia!, que pequeñita yo junto a gente que parecía tan interesante. Para que se hagan una idea había un joven médico japones, nacido en Brasil... Pero, por otro lado, algunos de ellos tenían un aire un tanto, cómo lo diría, subido, soberbio, como si fuesen muy conscientes de la envidia que me daban. En fin, en la cena ya hice un poquito de ridículo con mi ingles. Pero, no problem, el tiempo lo soluciona todo. ¿No?

La cena estuvo entretenida, sobre todo porque me pasé parte de ella hablando con A, la que está aquí por cuatro días para elegir edificio para la oficina de Msf. Sólo llevamos dos días juntas y creo que la voy a echar de menos. Es todo sonrisa y anécdotas. 

En cuanto a la comida. Señores y señoras. Especializado en pasta y muy buena, por cierto. Tras la cena a casita, nuevamente en taxi, a pesar de que el restaurante-pub-disco está a dos calles de la residencia. Y es que I dice que por la noche mejor nos vamos a cuatro ruedas, que el brillo de nuestras caras llama mucho la atención. Pues no le falta razón y ya les cuento. 

Hoy por la mañana he estado solita en casa mientras ellos se iban a revisar edificios. He tonteado con todo lo que podía y me he puesto a trabajar un poco hasta que me han venido a buscar para ir a comer. En esta ocasión, le ha tocado el turno a un restaurante etíope. También estaba a dos manzanas de casa y también hemos ido en coche. Para este viaje nos ha llevado el chófer de los chicos, un masai simpático llamado Nasib, que seguramente será un personaje de nuestros cuatro meses en Nairobi. 

En el star restaurant

El restaurante me encantó y la comida más. Nunca había probado nada igual, ni de la manera que lo hicimos. Estaba delicioso y el pan fue lo mejor. Se trataba de un plato grande cubierto por una torta de pan blanda y esponjosa en donde se disponía verdura, salsas, pescado, carne, papas, todo con muchas especies. Se comía con rollos de ese pan que troceabas para coger la comida.  Primero tienes que lavarte las manos, de obligado cumplimiento, y ya está, tus manos son tus cubiertos y preparados para comer el wat. 


Al salir del restaurante, yo con mi culo inquieto animé a los demás a esperar el taxi fuera del recinto. Fue entonces cuando ocurrió lo de "idas y venidas y, al final, moneditas". Se cruzó ante nosotras una mujer cargada de niños a cada lado. Nos sonreían, caminaban como alejándose, se daban la vuelta y volvían a cruzar a nuestro lado. Al final, no lo pude evitar y saqué la cámara para robar una foto de sus espaldas, pero estaban pendientes los muy jodios y al verme con la cámara, dieron marcha atrás y ya fue momento foto. Ahí fue Julio el espabilado, así que ya que ibamos a pagar, preparó la foto. Ahí nos ves a A y a mí con la familia de niños. Me sentí la típica e inevitable tonta turista. Sí, pero me encantó. 


Hemos vuelto y he seguido trabajando. En esta ocasión, ya me he concentrado y he podido olvidar, aunque sea un poquito, en el lugar que estoy para ponerme a lo mío. Me quedan muchas pequeñas anécdotas tontas por contar, pero para no cansarles, lo que hago es mostrarle un poquito más de mi casa, el restaurante y a los niños de las idas y venidas.



En mi segundo día he aprendido otra palabra: 'Asante': Gracias

En su onceavo día, Julio ha dado de comer a un mono.
Hoy hemos estado muy cerca de muchos de los nuestros. Hoy nos han acompañado la Ratita (Silvia), Natalia, Mapi, Leila, Kiko, Aubin, Astrid, Mónica, Patricia -la loca, no tan loca- , Mimi, Noelia, mi Cani Cani y mi Ara, a la que le he escuchado la voz.



Para los curiosos zona de despacho

lunes, 28 de noviembre de 2011

1 día en Kenia: el aterrizaje


Ya estoy aquí. Ya estamos aquí. en Kenia, Nairobi. Julio lleva una semana más que yo y, aunque poco según dice, ya se mueve con soltura, por lo menos para mí. Desde luego, sí que habla con soltura. Se me cae la baba de envidia.

El viaje fue de todoterreno. A las cinco al aeropuerto, cola. Coger el avión y a París, corre que te corre y cola, pasa el control de pasaporte y corre por pasillo y...cola, control de embarque... y cola, coge el avión. Era un avión keniata....con cuatro azafatos y una azafata, negros. El avión era grande para tan poco pasajero, así que la gente se acopló de tal manera que todo el mundo estaba sólo en los asientos. Yo cogí uno con los controles de sonido y luz chafados. A lo largo del viaje me di cuenta que eran muchos los asientos sin luz, porque muchos de los viajeros cambiaban de sitio con libro en mano buscando una bombilla que funcionase.... Yo también lo hice. Fue el momento en el que descansé entre tres asientos bien iluminados. Ahí es cuando comenzó mi sensación de que me iba a un país bien distinto, pero que muy distinto a lo que hasta ahora conocía.

Llegué al aeropuerto de Nairobi a las nueve de la noche en punto, pero no salí de él hasta las once de la noche. El momento visado fue lo peor del viaje: COLA. Yo sólo tenía 13 personas delante de mí, pero tal y como tardaron con cada uno, parecían 1113. Da igual, llegué y al salir con mis dos maletas lo primero que me encontré fue a mi gran sonrisa dándome la bienvenida: 'caribu sana': 'BIENVENIDA a Kenia, mi amor'. Así da gusto llegar a un lugar !eh!.

Pequeña llovizna. Eso es lo primero que me he encontrado cuando he salido del aeropuerto...y mucho verde. En cada rincón hay una palmera, matorrales y plantas. Las calles no están asfaltadas y todo está lleno de barro. Mi 'sonrisa' ha llamado un taxi que pertenece a la única compañía que puede coger, Absolut, como el vocka, y nos ha llevado por largas avenidas hasta llegar a mi residencia por cuatro meses. Está en un barrio en el que vive el presidente de la República. Está formado por pequeñas zonas residenciales de casas enladrilladas, con tejados a dos aguas y terrazas. Todas las residencias están cerradas por muros electrificados y controlados por guardias de seguridad. Espero que los guardias de mi residencia se acuerden de mi cara, pero creo que no tendré problema porque soy la única mujer blanca que vive aquí.

Hoy al levantarme he sacado la primera foto. La del primer día en Kenia, que te muestra la vista que me ofrece nuestro balcón. Después he acompañado a Julio a una reunión que tenía en otra zona de Nairobi y es entonces cuando mejor me he situado en el tipo de lugar que estoy.


Impone...

Mi aventura de hoy ha sido -que gran tontería- ir al centro comercial que está a dos calles de mi residencia. Pero, ¡qué dos calles!, están tan enfangadas de las lluvias que me he tenido que remangar los pantalones para adentrarme en ellas. Para entrar en el centro-se llama Yaya- tengo que pasar un control dividido para mujeres y hombres. Ahí es donde he visto a los primeros blancos. Entre todos seríamos cinco pálidos. Lo hemos recorrido entero, hemos ido al supermercado, hemos comprado algunas tonterías y un pan exquisito y vuelta pa casa.

Poco más que contar, porque de la tontería que tengo en el cuerpo me he echado una siesta a la española.

Ahora estoy en una parte del salón de la casa, que es donde I, el compañero de casa, y Julio han instalado el despacho. Estamos I, J, A, otra compañera de Msf que viene para cuatro días, y yo, charlando.

Éste es mi primer día en Kenia, el décimo de Julio.


Para los curiosos: el salón de nuestra residencia en Nairobi