Estaba trabajando y saltó el apartado de mensajes de Facebook. Era Asha que me anunciaba la marcha de Virginia. Nos hemos puesto a charlar, a contar nuestras nimios y pequeños cansancios respectivos y a buscar nuevos planes…. Esto último me ha dado gusanillo de más, así que se me han quitado las ganas de seguir trabajando. En esta ocasión estoy haciendo una guía turística sobre las localizaciones en Cardiff de una serie televisiva indescriptible. Se llama Torchwood y su primer capítulo se titula ‘Everything Change’.
No viene al tema, pero el título
sí: Everything Change. Y es que para
nosotros todo está cambiando. Por esa razón será que cada vez me cuesta más
escribir. Es como que llega el final…, y ya sabes qué pasa con los the end: estás
deseando encontrarte con él, pero a la vez no quieres que llegue ese momento.
En fin. Durante estos casi cinco
meses en Kenia hemos vivido muchas cosas que no he contado. Unas insignificantes,
otras significantes. Son anécdotas que quise guardar, que no pude narrar, que
no venían a cuento o que se pasaron en el tiempo. También son emociones de
completa sorpresa, de indignación, de desilusión, de esperanza, de alegría,
soledad, resignación, generosidad, solidaridad y compresión. Pero sobre todo
son experiencias que, creo, han hecho de Julio y de mí otras personas. Se
tratan de vivencias, unas contadas y otras no.
Recuerdo una de ellas protagonizada por Judith. Judith me hizo una
lista para prepararnos una comida verdaderamente keniata. Fuimos al
supermercado y al día siguiente, un viernes, comimos todos juntos en casa: O, Francis, I, N, Nasib, Julio y yo. Judith no paró de hablar de las tribus,
de sus guerras, de los malos que eran unos y los buenos que eran otros y de sus
costumbres. El menú consistió en Matoke, una especie de banana verde que se
cocina, y Pilau, arroz con carne.
Laura con Judith, J, O y Nasib |
Nunca ha dado pie a la desconfianza, pero a pesar de ello, por causa de un extraño robo en casa, su puesto estuvo en peligro. Sabíamos con seguridad que ella no había sido, así que Julio con sabiduría y medida pausa supo descartarla de cualquier sospecha. La pena es que nunca sentiremos plena confianza en ella, no porque sea Judith, sino porque aquí el keniata tiene un papel predefinido y el blanco también.
Nasib. El compañero de risas del día a día de Julio. Es masai, conductor y lleva y trae a Julio de un lado
para otro, acompañándole allí donde vaya por trabajo. La relación es de
charlas, de lecciones en español, de complicidad y de risas, porque se lo pasan
muy bien juntos. Nasib viene de vez en cuando a comer a casa. Le invitamos
intencionadamente porque prácticamente no comen o se alimentan a base de Ugali,
una masa de harina sin sabor que detesto. Un día se puso enfermo del estómago.
Hacia como tres semanas que no venía a comer a casa, pero el médico le dijo que
seguramente su padecimiento era la comida extraña que yo preparaba. Así y todo,
volvió a casa a la hora del almuerzo. Desgraciadamente, ese día hice un rollo de carne de cerdo. Le
encantó hasta que preguntó de qué carne estaba hecho y al enterarse de que era cerdo se negó a
comer porque son animales muy sucios. Le pregunté si era musulmán, pero lo
negó. A los días, nos enteramos de que era musulmán.
Mombasa: Diani y Tiwi. Playas paradisiacas y casi vírgenes, donde
la armonía espiritual se jode por los constantes beachboys, jóvenes que nos
persiguen allí donde vayamos para vendernos todo lo posible. A Mombasa fuimos
con amigos y solos. Dimos a comer a monos y perros que llegaban a nuestra mesa
justo a la hora de comer, y teníamos cocineros que nos preparaban pescado y
marisco fresco, traídos por ellos.
En Mombasa, la segunda ciudad más grande de Kenia, residimos en casas cabañas de ensueño; nos fuimos a un arrecife de corales en donde descubrimos una paleta de colores de peces que hasta ahora no había visto en vivo; navegamos en viejos veleros en los que nos cantaron canciones del país; avistamos delfines; me pinché con erizos de la costa; conocimos la vida de la playa, totalmente diferente a la de Nairobi; experimentamos la incapacidad de las compañías aéreas, que te eliminan los vuelos como si nada y te meten en otros de la misma manera; traspasamos el mar por el ferri con una especie de excitación y temor al estar completamente rodeados de negros en la noche; sufrimos nuevamente el escalofrío de los adelantamientos; subimos en tuk-tuks (taxi motos) para ir de compras al supermercado; disfrutamos de masajes y del agua de los cocos cortados por los beachboys, y a Mombasa fuimos en el Lunatic tren.
En Mombasa, la segunda ciudad más grande de Kenia, residimos en casas cabañas de ensueño; nos fuimos a un arrecife de corales en donde descubrimos una paleta de colores de peces que hasta ahora no había visto en vivo; navegamos en viejos veleros en los que nos cantaron canciones del país; avistamos delfines; me pinché con erizos de la costa; conocimos la vida de la playa, totalmente diferente a la de Nairobi; experimentamos la incapacidad de las compañías aéreas, que te eliminan los vuelos como si nada y te meten en otros de la misma manera; traspasamos el mar por el ferri con una especie de excitación y temor al estar completamente rodeados de negros en la noche; sufrimos nuevamente el escalofrío de los adelantamientos; subimos en tuk-tuks (taxi motos) para ir de compras al supermercado; disfrutamos de masajes y del agua de los cocos cortados por los beachboys, y a Mombasa fuimos en el Lunatic tren.
Un viaje en el Lunatic train es una experiencia que te aconseja todo el
mundo. No es fácil realizarlo porque el tren está continuamente jodiéndose,
atascándose o quién sabe qué más. Y es que sólo hay un raíl desde Nairobi a
Mombasa, así que si un tren descarrila en su trayecto eso ya frena la marcha
del resto durante un par de semanas.
Lunatic Train |
El caso es que merece la pena el
viaje porque por la rendija de la ventanilla
vas descubriendo el paisaje de Kenia desde su centro hasta su sur. Pueblos
dispersos de chozas, con sus vacas y cabras alrededor; inmensos campos
cultivados, en los que aparecen figuras de hombres y mujeres agachadas, grandes
mezquitas rodeadas de cabañas de paja y barro; mujeres cubiertas de arriba abajo,
mujeres vestidas con faldas de kikois; niños, muchos niños, corriendo descalzos siempre
tras el tren, con gesto de hambre, de saludos y de dame algo; un paisaje inverosímil
en sus dos extremos: la belleza de una naturaleza a la que no le llega la mano
del hombre- por el momento- y la horrorosa imagen de la más infame pobreza representada
en dos fotografías: el paso de Kibera en la noche, que nos dejó sin
respiración, y el espantoso vertedero barrio de la entrada de Mombasa por la
mañana, que hubiese sido mejor no tener ni vista ni olfato para presenciar la
escena de ver a gente viviendo y rebuscando no sé qué en una montaña gigante de
mierda. Dos recuerdos que, por mucho que
quiera la mala memoria, ni Julio ni yo, olvidaremos.
Kibera. De Kibera he hablado mucho, pero es que sin este lugar mi vida en Kenia se hubiese
quedado coja. Kibera ha sido de las experiencias más gratificantes de mi
vida y sólo por ello siempre estaré eternamente agradecida a O y Marlene. A la primera por introducirme
en la vida de aquí, y a la segunda por darme la bienvenida a Kibera.
Este sábado volví. Cada
vez soy menos útil porque Marlene tiene una nueva cooperante que ha llegado de
México, Valeria, que se mueve como pez en el agua. Aún así, voy por añoranza, por pasar un
tiempo con los niños y por vencer al miedo. Y es que a Marlene también le han
robado, pero a ella a punta de pistola y de camino a su trabajo en el slam.
Marlene sigue yendo cada día a Kibera, sin miedo -o con temor disimulado- y con su inseparable sonrisa, así que yo también. Este sábado hemos bailado, tocado tambores, cantado y reído
guiados por Daniel, un músico local encantador experto en el trato con los
niños y en tocar los timbales. Ahí he notado que sí que voy a llorar, pero va a
ser cuando abandone Kibera y a los niños de los sábados, como a Ive.
Algo le pasa a Ive. Su sonrisa se ha muerto y mira al suelo
constantemente. Estoy convencida de que le han hecho algo. No sé qué, ni quién,
pero algo le ha pasado. Así que no he podido evitarlo: le he acariciado, dado
besos, mimado y, con sólo esos gestos de cariño, Ive se ha pegado a mí como una lapa, agarrada a mi brazo
todo el tiempo y allí donde estuviera siempre estaba buscándome.
En este día, mientras andaba trasteando con fuego para calentar los tambores -la tarea que me marcó Marlene-, llega ella diciendo con naturalidad que la policía acababa de matar a un ladrón. A este pobre desgraciado se le ocurrió robar, junto a un compinche, a un local en otra zona de Kibera. Pues no se pudo librar, porque la policía le siguió hasta la zona de la misión, le rodeo y le pegó cuatro tiros. Primero, uno en la pierna y, como no dejo de moverse y como tampoco soltaba la pistola que llevaba en la mano, siguieron los demás disparos hasta que murió. Según cuentan, si en vez de la policía, le atrapa un grupo de locales, su suerte y su vida hubiese terminado bajo un neumático de fuego. Y es que aquí al ladrón se le quema...La gracia es que no hay mayor ladrón en Kibera que los miembros de su Gobierno al completo, pero éstos en vez de neumáticos de fuego reciben mansiones. Para ser realista, la manera drástica que se tienen en Kenia de acabar con un ladrón, impacta, pero la verdad es que no se diferencia en mucho de España en la forma desequilibrada que tenemos de castigar a unos pobres desgraciados y de indultar a ricos miserables.¿No creen?
En este día, mientras andaba trasteando con fuego para calentar los tambores -la tarea que me marcó Marlene-, llega ella diciendo con naturalidad que la policía acababa de matar a un ladrón. A este pobre desgraciado se le ocurrió robar, junto a un compinche, a un local en otra zona de Kibera. Pues no se pudo librar, porque la policía le siguió hasta la zona de la misión, le rodeo y le pegó cuatro tiros. Primero, uno en la pierna y, como no dejo de moverse y como tampoco soltaba la pistola que llevaba en la mano, siguieron los demás disparos hasta que murió. Según cuentan, si en vez de la policía, le atrapa un grupo de locales, su suerte y su vida hubiese terminado bajo un neumático de fuego. Y es que aquí al ladrón se le quema...La gracia es que no hay mayor ladrón en Kibera que los miembros de su Gobierno al completo, pero éstos en vez de neumáticos de fuego reciben mansiones. Para ser realista, la manera drástica que se tienen en Kenia de acabar con un ladrón, impacta, pero la verdad es que no se diferencia en mucho de España en la forma desequilibrada que tenemos de castigar a unos pobres desgraciados y de indultar a ricos miserables.¿No creen?
Por hoy lo dejo aquí. Seguro, narraré
más historias de nuestra vida en Kenia que se me quedan en el tintero. Julio
también tiene mucho que contar, porque él ha sufrido-exprimido cosas que yo no he
experimentado. Así que espero que, antes de que termine este viaje, se anime.
Hoy llevo 147 días en Kenia. Julio, 154 días.
Hoy un beso a Asha que me ha arrancado de Torchwood para meterme en las
cosas que no conté de Kenia.
Preciosa recopilación. Has tenido la suerte de conocer Kenia "por dentro", lo mejor y lo peor. Bsss y disfruten lo que queda. Leila
ResponderEliminarcariño!..ante este relato sólo puedo decir snif...ya sabes por qué... besitoss
ResponderEliminarLaurita, precioso!!!!!!!
ResponderEliminarBesotes a los dos.
Mi niña linda,cómo nos emocionas con tus vivencias,con tus palabras.....que bonito lo q escribes......que sensaciones tan intensas y profundas debes estar viviendo........Y todo lo q te queda por contar.
ResponderEliminarAnimo vida.....siempre quedarán tus recuerdos.
Te quiero mucho cielo
Un abrazo enooooorme a Julio
Hola niña, qué bello recopilatorio, qué envidia de experiencia...y qué penilla que se acabe!! Menos mal que aqui os estamos esperando para que nos lo conteis todo todo!!! besitoooooooooooo
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