domingo, 26 de febrero de 2012

92 días en Nairobi: los niños de los sábados de Kibera


Comencemos primero por las correcciones, y es que resulta que entre los míos aquí en Nairobi ya me estoy formando una chistosa fama porque o cuento algunas historias con alguna pincelada novelesca –yo digo que es mi visión- o me invento los nombres de los sitios –como por ejemplo, al centro comercial Junction lo he bautizado Jackson. En fin, que la Misión de Guadalupe tampoco se llama de tal manera –pero es que me gusta-. En realidad, se denomina Catholic Church- Kibera, que son unos misioneros de Guadalupe, ubicados en Kibera. ¿Mejor, Marlene?

Eso sí, las historias que cuento son mías, así las interiorizo, las observo o las vivo, y así las interpreto. Ahí tranquilos.

Una de estas historias es mi experiencia con los niños de los sábados de Kibera. Ir los sábados por la mañana a Kibera se está convirtiendo en una costumbre que me encanta. No he ido muchos, pero cada uno de ellos vale la pena sólo por la experiencia que comparto con Marlene y con los niños del slam. Así que, el sexto día de la semana me despierto a las siete de la mañana, me quito mis anillos –los dos proceden de los dos grandes hombres de mi vida- me visto con lo que más antojo me da para ensuciarme bien y me doy un pequeño paseo hasta el Prestidge, donde quedo con Marlene para desayunar y después dirigirnos al slam que está justo a unas pocas calles detrás.

Estos pasos ya son un ritual, alguna vez nos acompañan un par de amigos; otra, vamos con Xochitl, tras su vuelta a Nairobi de algún lugar de Kenia. La mayoría de las veces marchamos por una calle principal –la que describí- y en otra ocasión fuimos por un lateral, por callejuelas pequeñitas, por el mismo corazón de Kibera, que muestra con más exactitud cómo está hecha esta mini-ciudad incrustada en Nairobi. El caso es que no puedo indicar con precisión por dónde voy, porque para mí es prácticamente imposible diferenciar las calles del inmenso laberinto de chatarra que es Kibera.

La labor de Marlene

Marlene lleva a cabo diferentes programas de desarrollo en la misión: “Integral Human Developmet Department”. Intenta proporcionar una pequeña formación a las mujeres para que tengan la posibilidad de desarrollar una profesión que les sustente. No es una tarea fácil porque la gente de Kibera, en general, no piensa en el futuro, sólo en la subsistencia del presente, por lo que la intención y la determinación de desarrollar algo a largo plazo no suele entrar en su cabeza. Aún así, Marlene consigue sus logros. Los proyectos que lleva a cabo en mi tiempo aquí y que yo conozco son: talleres de informática, talleres de costura y el programa de nutrición de los sábados para los niños.

Con todos tiene sus dificultades. Por ejemplo, creo que con el de informática le costaba encontrar un constante profesor local, aunque veo que ya marcha viento en popa.  El de costura, pues es difícil  llevarlo a cabo. Este profesor es serio y firme, pero las mujeres no tanto y además, a esto añádele que cada dos por tres se esfuma la electricidad. Así que las viejas máquinas de costura, todas dispuestas en una impecable hilera, se quedan ahí quietitas. El taller es interesante por cómo se ha planteado: se ofrece todas las mañanas del mes clases de costura a las mujeres de Kibera por 400 Khs (unos 4 euros) –se les cobra para que valoren la tarea- y cuando consiguen aprender y si siguen en el taller, se les paga por su trabajo. El tiempo que pasan en el taller hacen bolsos, toallas, carteras, o cuantos experimentos se le ocurra a Marlene, para venderlos con su tarjeta informativa añadida por una pequeña hilera de las características bolitas de colores: kibera Ctk-Kenya. Cada vez que voy al taller engancho algún bolso, y ya tengo la lista mental de obsequios preparada para cuando nos marchemos de Nairobi.  Marlene ha puesto precios baratos, no tienes que gastar el esfuerzo de regatear y, además, comparto la causa.

Arte y Nutrición

El siguiente programa, en el que yo de alguna manera formo parte, es el de nutrición para niños. Una semana al mes vienen un grupo de médicos italianos a auscultar a los más pequeños y determinar las diferentes enfermedades que padecen. Una de ellas, puede que la más significativa, es la desnutrición. Así que se hace un seguimiento del crecimiento de los más pequeños y se proporciona algo de comida, mientras que a su vez se intenta concienciar a las madres para que aporten la dieta más rica posible a sus  pequeños.  El ritual consiste en que todos los sábados vengan las madres con sus niños a la misión -los más mayores vienen solitos- y como aliciente, en paralelo se organiza un taller de dibujos y manualidades para los peques.

Yo llegué a Kibera con el primer día de este programa. Los médicos analizaron a los niños y mientras, nosotros organizábamos el taller sin tener ni idea de cómo empezar. Vinieron como una veintena de niños de tres a once años, a horas descontroladas, iban y volvían, se sentaban con los ojos bien abiertos, las bocas muy cerradas y nos observaban como gesticulábamos. El primer día fue un divertidísimo disparate: gritando los colores, dibujando coches, flores y objetos sin identificar; detrás de los niños para quitarle los puñados de lápices que agarraban con fuerza; dirigiendo las manos de los más pequeños para que consiguiesen rayar las hojas; observando y captando los diferentes caracteres como el de la muda Cecilia, una niña rebelde, incomprendida, dolorosa- con el tiempo ahora dudamos de si es niña o niño. Ni eso podemos descubrir de Cecilia- y yo agarrando los pantaloncitos caídos de su hermano -el bebé del que me enamoré, el de la inmensa hernia-.

El primer sábado con los niños fue agotador y sumamente gratificante, pero también lleno de defectos, así que con los errores aprendidos en los siguientes sábados perfeccionamos la técnica. Marlene dispuso de un horario para llegar: madres y niños que no viniesen a las diez no eran atendidos, y yo apunté los nombres de los niños y sus edades para poder controlarlos mínimamente. Les ponemos una tarjetita con un alfiler en el pecho que indica su nombre y un dibujito, el que quieran. Siempre eligen una flor, un árbol o un sol. El problema de esto es que a veces me engañan y me dan otros nombres, o yo los apunto mal, o tienen un nombre cristiano y otro africano.  También hice tarjetitas para Marlene y para mí. Así, comienzo la mañana preguntado y señalando mi tarjeta: What’s my name? con el deseo de que algún día venga uno de los niños llamándome por mi nombre.

El día de las tarjetitas

El día de las tarjetitas estuve sola con los niños y más o menos pude controlarlos. Los mayores que me entienden mejor, a un lado; los pequeños, al otro. Una de las niñas grandes me traduce mi inglés al swahili para los pequeños que no hablan inglés y todos a dibujar sus animales favoritos. Terminamos con la llegada de Marlene que ya había hecho su tarea de medir y pesar, con  leones, jirafas, monos, sapos coloreados, mis tarjetitas de vuelta, con un  pequeño rezo en swahili y un divertido baile infantil.

Siguiente objetivo: hacer un móvil colgante de bolitas de colores

El siguiente sábado, Marlene sofisticó aún más la actividad. Compró pinturas, puso papel de periódico a remojar, recolectó palitos de madera y encontró muchas cajas para reciclar. Así que en esta ocasión vamos a hacer una tarea a medio plazo. Un móvil colgante de bolitas de colores. Cada niño hará sus bolitas de papel de periódico, pintará los palitos y hará su peculiar móvil. Todas sus cositas las metemos en la cajita con su nombre que, algún día, también adornaremos. En este primer sábado del móvil, hemos conseguido que hagan miles de bolitas, que pinten los palos de madera y que se enguarren de arriba abajo.  

Todos han escrito su nombre en su cajita: la tímida Jane, que sin palabras y a unos pasos detrás hace las bolitas aplicadamente; Charles-Cecilia, quién sabe, que nunca hace lo que se le pide, hasta que no se lo pides; la aplicada Annet, que se lo toma todo con mucha seriedad; Pamela, la pequeña líder con voz muy bajita; la linda Triza, que cada vez me sonríe más; la melancólica Ive, que el primer día creía que era un niño y que en este sábado descubrí por el vestidito que es una niña, que ahora coge confianza y cada vez se me acerca más; Daniel, Kevo, Simon, Tofina, Godievi; Vivian…

Ive ha escrito en su caja: Ive love Laura. Estuve a punto de llevarme la caja.

Este sábado, cuando he vuelto de Kibera me encuentro en casa a otro niño trasteando. Ahí me veo a Julio enredado con un coco, con velas y con un manojo de hilos para hacer una caja coco. Pues, nada, se me ocurre que las cajas cocos de Julio serían otra actividad estupenda para los niños de los sábados de Kibera. Y, es que ¿no me digan que no es linda?

Hoy llevo 92 días en Kenia. Julio, 98.

Hoy un beso muy especial a Conrado, Patricia y Virginia. Las tres personas que se han preocupado y pretenden ayudar a la adolescente de Kibera que necesita una operación urgente.

martes, 21 de febrero de 2012

87 días en Kenia: Las mexicanas de Kibera


Seguiré con mis misceláneas y seguro que habrán muchísimos capítulos más, pero voy a hacer un parón para hablar de las mexicanas de Kibera. Seguro que si ellas leen esto dirán: "nosotras no somos de Kibera", pero es que yo las identifico allí, así que son mis mexicanas de Kibera. Hagamos las presentaciones:

El día de las presentaciones

Creo recordar que ya alguna vez les he hablado de ellas. Un día, O, nuestra gran relaciones públicas, preparó un encuentro para que Nuria y yo conociésemos a unas mexicanas que llevan años trabajando aquí. Pues ahí fuimos a conocer a unas nuevas amigas. Nos encontramos con dos chicas que juntas hacen una graciosa pareja: una es alta, fuerte y sonriente, Marlene, y la otra es bajita, con apariencia más frágil - sólo apariencia- y con un semblante no serio, pero sí comedido, Xochitl. Al verlas juntas y al hablar con ellas, enseguida te das cuenta que se complementan ya que entre las dos las historias que cuentan son apasionantes; la emoción es completa, y el equilibro entre la guasa y el respeto es perfecto. Seguro que ellas no perciben el buen equipo que hacen juntas.

Fue una tarde divertidísima y relajada, tanto que se me hizo corta. Fue un encuentro de chicas que se celebró en una terraza del gran centro comercial el Junction. Pero no fue una reunión de niñas cualquiera, porque en este encuentro no se hablaba de las cosas comunes de las que solemos parlotear las mujeres cuando nos encontramos. En esta ocasión, hablamos sin respiro de cómo en una ocasión intentaron robarle el móvil a Marlene mientras conducía y como Xochitl desde el asiento de atrás lo intentaba impedir; supimos los años que llevaba Xochitl trabajando en Nairobi: nada más y nada menos que ocho; los de Marlene, que creo que lleva dos; conocimos sus cometidos aquí y descubrimos la leyenda o historia de la Virgen de Guadalupe.

La Misión mexicana

Marlene y Xochitl trabajan en una misión mexicana que está dentro de Kibera. Se llama Catholic Church- Kibera, pero a mí me gusta más llamarla la Misión de Guadalupe, cuya virgen, ‘nuestra señora de Guadalupe', con tez morena, cae simpática a los keniatas ya que su imagen se acerca más a lo que son ellos: negros.

O las conoció cuando llegó a Nairobi. Se encontró que tenía que empezar una nueva vida partiendo de cero y entonces contactó con ellas, por probar, para ver si podía hacer algo a lo que estaba acostumbrada y sabía hacer: colaborar. La buena suerte, según me cuentan las amigas, es que en esta ocasión Marlene, que recibe muchos correos al día de gente con supuesta buena voluntad, abrió el mensaje de O, algo le gustó y le contestó. Así O conoció a Marlene, después a Xochitl y finalmente nos la presentó a Nuria, a mí y a Julio. Hoy en día, O sigue diciendo que las mexicanas fueron como un soplo de aire fresco para ella en sus comienzos en Kenia.   

Marlene y Xochitl

Marlene y Xochitl son unas misioneras laicas, cada una con su función en la Misión. Del último cometido de Xochitl, que se dedicaba a tareas de comunicación, escribí en su momento en TalentyArt: 'Creciendo, Creando y Recreando': el Arte como terapia para niños’

El de Marlene, lo observo e incluso ya lo vivo. Y es que en ese primer encuentro- después tuvimos otros- Marlene nos propuso ir un día con ella a Kibera, o más bien yo insistí en que nos llevase un día a Kibera…, u O insinuó si íbamos a Kibera. ¡Qué más da! El caso es que fuimos a Kibera.

Mi primera visita a Kibera

Un sábado bien tempranito quedamos dos amigos y yo con Marlene en otro centro comercial a quince minutos de mi casa. Le llaman el Prestidge. Este sitio, al que a veces vamos a comprar porque tiene un supermercado grande, el Nacumat –imagina un Alcampo o algo así- está situado en una buena zona de Nairobi, en Kilimani, pero detrás de él se esconde una de las barriadas más grande y pobre del Este de África: Kibera.

Entramos sobre las nueve de la mañana, pero la actividad en la zona estaba en pleno apogeo (Tengan en cuenta que aquí el día y la vida empieza a las seis y media de la madrugada). Entramos por unas puertas invisibles pero tan bien percibidas que parecían de hormigón..,  y entramos…

La sensación es extraña: no te asustas, no te sorprendes, no te escandalizas, a pesar de que la imagen es aterradora. Y es que ya he escuchado tanto de Kibera que, aunque nunca pude imaginar su imagen real,  tampoco llegó a sorprenderme al encontrármela de frente. El caso es que si nunca has oído hablar de Kibera y de repente lo conoces, el susto, la indignación y la incomprensión te puede llegar tanto al corazón que hasta sentirías dolor físico. Kibera produce eso: dolor físico, indignación...y resignación.

Señores: a la izquierda, el campo de golf; a la derecha, las vías del tren  
          
Un mural de la Misión de Kibera hecho por jóvenes locales
Recogiendo agua
Entramos por la calle grande. Una de las principales que no tiene nada que ver con las callejuelas que te adentran al inmenso slam. Hay casas y tiendas a cada lado. Las llamo casas porque son sus viviendas, pero ni son casas, ni son tiendas. Son cajas de chatarras mantenidas en pie a duras penas. Allí vive la gente de Kibera. En calles que no son calles, en casas que no son casas, en la inmensidad de la nada, en un mundo paralelo de Nairobi, en una tierra que con un suspiro crece una flor…excepto en Kibera. Allí no nace ni una raíz porque no tiene dónde agarrarse.

Seguimos caminando, siguiendo a nuestra guía, Marlene, mientras que con su inalterable buen ánimo nos contaba anécdotas de su vida en Kibera, de historias de gente de Kibera, de momentos muy tristes y no tanto de Kibera. Lo cuenta sin pena, sin crear lástima, lo cuenta totalmente consciente de que observa y narra una realidad que no le gusta, una que no le pertenece, pero en la que desea estar.  

Mientras caminábamos entres las ‘casas’, la gente que iba y venía, los hoyos, los charcos de suciedad, el ligero hedor de momentos, los socavones, las gallinas, las piedras y la tierra, hacíamos dos cosas: devolvíamos los how are you? de los niños que se hallaban a nuestro paso y mirábamos furtivamente a las callejuelas de los lados para encontrarnos con pasillos estrechos que llevaban a una imagen más inimaginable.

El paseo hasta la Misión de Guadalupe

No es un camino corto y en este trayecto nos encontramos con imágenes muy diferentes. De repente de un tramo más alto, nos topamos con la infinidad de tejados que forman parte de Kibera: piezas de chatarra corroídas agolpadas unas junto a otras que llegan hasta un horizonte se me antoja muy lejano. En otro tramo, nos encontramos con la vista del campo de golf que hay a la izquierda de kibera y, si miras a la derecha, te acompañan los raíles del tren que están justo en medio de Kibera. En medio quiere decir en medio, a la altura del paso del hombre, tanto que, si pasa un tren y quieres, puedes rozar sus vagones con sólo alargar un brazo. La siguiente imagen es la Misión de Guadalupe, con su iglesia de piedra cuya altura de la cúspide te orienta en tus pasos hacia ella; con su pequeña escuela de madera; con su patio de recreo; con su pequeña clínica… Un espacio cerrado, pero abierto. Un espacio de respiro. Un espacio para los niños de Kibera.

Me estoy extendiendo ¿no? Pues lo dejo por hoy. Sólo les adelanto que ese día comenzó mi propósito de cumplir un compromiso: ir cada sábado que pudiese a Kibera. No sé si ayudo, pero ellos a mí sí. Se trata de los niños de los sábados en la Misión de Kibera, que merecen un post para ellos solos, así que hasta el próximo día.

Hoy llevo 87 días en Kenia. Julio, 94. Le queda poco para los cien días de gracia.

Hoy estoy emocionada porque los Akicha me han pedido que mañana acompañe a Francis a hacer una excursión para unos clientes suyos que son españoles. Francis entiende mucho español pero, por suerte para mí, todavía no se atreve a hablarlo… Así que mañana me voy de paseo al Lago Naivasha.

Julio cada día está más concentrado en su trabajo porque viene la etapa dura. Bueno, me estoy haciendo la idea de que en breve no le veré el pelo. Aquí, entre nosotros, pa mí que él lo está deseando.

Mister Wafula también me ha cancelado la clase de hoy. ¡Madre mía! Yo no sé si mejoraré mi inglés, pero la paciencia se va a convertir en una de mis virtudes.

Hoy besos a Natalia porque los necesita; besos y desear suerte en el nuevo proyecto a Kiko y Rebe, que no lo necesitan, y hoy un abrazo y miles de besos más a Ara, que llevo semanas pensando en ella.

Pd: Cristina, mi Cani Cani, me acordé de tu cumpleaños, pero allí donde andaba en tú día no podía conectar. Perdóname un año más. Se me pasa tu cumple, pero te aseguro que estás conmigo cada día. 

Pd2: Mis mexicanas de Kibera, les he mangado fotos de por ahí… espero que no les moleste y si es así, las quito en un suspiro…Y si cometo algún error en mi historia, ya saben cómo somos los periodistas: O mentimos, o nos lo inventamos. Prometo corregir los errores que encuentren. 

viernes, 17 de febrero de 2012

82 días en Kenia: Miscelánea sobre Nairobi: II PARTE


Bueno, ya se han ido nuestras visitas. Uno más que otra, cargados de cachivaches y sin un duro en los bolsillos, y nosotros retomamos nuestra normalidad en Nairobi. Esto me cuesta porque voy retrasada en los días y se me van acumulando los recuerdos, pero sigo en el empeño. Por lo menos así quedará lo importante, o al menos, lo que ha sido importante para nosotros.

Antes de nada, aclarar y despejar dudas. Me he enamorado de un bebé, pero nada más. Sólo he sentido una gran ternura y mayor deseo de proteger el pequeño niño de Nairobi, sucio, descuidado y enfermo bebé, pero ni hay posibilidad, ni intención, ni capacidad de que mi enamoramiento llegué a más. Espero que haya quedado claro para todos aquellos que preguntan ¿Qué bebé?

Y dicho esto, sigamos con nuestras misceláneas de Nairobi. Contaba nuestras visitas a Mister Wafula, el estupendo profesor de inglés e impresentable keniata que, por cierto, cada día lo es más –hoy se le ha olvidado que teníamos clase y con la misma me he vuelto a casa-. En fin, Mister Wafula alterna las clases de gramática y lectura con historias propias. Cada vez que me tiene que explicar que significa algo me pone un ejemplo sobre su vida para llegar al significado de la palabra. Es muy entretenido y así he sabido cómo conoció a su mujer, cuál es su relación con su suegro y quién es su hermana, entre otras tantas historias. 

La vida de su hermana es interesante. Los Wafulas pertenecen a la tribu de los Loyan. Su padre es militar y su madre, que murió siendo ellos pequeños, fue maestra. El caso es que su padre, un hombre religioso y convencido en que en la educación está el porvenir, le puso a cada hijo el nombre de un personaje destacado de la historia inglesa o americana. Así, Mister Wafula se llama Geoffrey, en memoria de Geoffrey De Freitas, un embajador británico que apoyó la creación de una Federación de África Oriental, que incluía a Uganda, Tanzania y Kenia.  Todos sus hermanos, que son nueve, tienen nombres de ilustres: Kennedy, Lincoln, Victoria…y Olimpia, su hermana especial.

De pequeña Anne Olimpia sufrió la polio en un halo de misterio porque a todos les pareció una especie de mal del diablo. El caso es que la enfermedad la dejó paralítica y también provocó que en su villa todo el mundo la repudiase. Tal fue el desprecio y la desconfianza de su gente que la familia entera tuvo que marcharse a la ciudad para proteger la vida de la pequeña. El padre buscó la mejor educación para ella y finalmente, tal y como él pronosticó, Anne Wafula Strike se convirtió en una olímpica británica y en el primer corredor en silla de ruedas que representa a Kenia en los Juegos Olímpicos. Ahora estoy leyéndome su libro, recomendado por Mister Wafula, que se titula “In My Dreams I Dance”.

Pero hay más historias. Las que vivimos en persona. No sé si ya comenté algo sobre la corrupción en Kenia. Supongo que sí, porque el carácter corrupto de los policías keniatas es tan del país que forma parte de su cultura, tanto o más como los matatus.  

Pues bien, Julio ya ha podido comprobar en persona las mañas del cuerpo de seguridad. Un domingo, Julio salió tempranito de casa porque Raúl desde España le pidió que mandase dinero al campamento, a Enkerende. A su vez, Julio le pidió a Francis que le acompañase porque no conocía el sistema de envío de aquí que, por cierto es muy curioso: tú depositas en unos de las miles establecimientos que hay la cantidad de dinero que quieras, y a través del teléfono y desde cualquier parte del mundo, el destinatario de otro número de teléfono puede ir a uno de esos establecimientos a recoger ese dinero. Se trata de transferencias a través del teléfono.

Bueno, a lo que iba, pues Julio saca el dinero, se encuentra con Francis, van a la oficina, pero no pueden ingresar el dinero porque en ese momento y hasta las dos de la tarde no está operativa. Pues, nada, pole pole y a esperar a la tarde, así que vuelta a casa. El caso es que por el camino en coche, Fracis se mete por donde no debe, o no, eso no importa y un policía le intenta parar. Ante el stop, Francis sabiendo lo que le venía encima y con un tráfico de tomo y lomo intenta huir…sin éxito. Adivinan dónde terminaron los dos amigos: En comisaría. Les acusaron de saltarse un stop, y es curioso porque en Nairobi no hay stops; acusaron a Francis de criminal y después de ser un traficante de armas; preguntaron a Julio si le pagaba por llevarle, a lo que Julio respondió con rotundidad que es su amigo…, y así hasta que llegó el momento de o a juicio o soborno: 10000 Ksh –unos cien euros-. Julio terminó regateando el soborno y consiguió disminuir la cuota a 5000 Ksh. Así, sin cumplir con el cometido, con 50 euros menos en el bolsillo, una indignación de tres pares de narices (la de Julio, porque Francis sonreía) volvieron a casa. Y es que dicen que ir a juicio hubiese sido un mal peor, ya que la corrupción fluye de arriba abajo.

Lo mejor de la historia es que todos se pegaron por pagar los 5000 Ksh. O y Francis al día siguiente vinieron con el dinero, y Raúl y Cris, hicieron una transferencia a Julio.  En fin, que Julio está esperando a que todos estemos juntos para gastar los 5000 Ksh en una buena cena entre amigos.

Por cierto, al final hizo la transferencia sin más complicaciones.

Bueno, chicos, sigo con las historias pendientes. Prometo que la próxima tratará sobre Marlene, Xochitl y Kibera.

Hoy llevo 82 días en Kenia. Julio, 88. Ya hemos ampliado el visado para poder permanecer más tiempo en el país, y por cierto eso también es una buena historia.

Hoy Nasibu ha comido con nosotros y nos ha enseñado nuevas palabras en suajili: Weee (ehhh tú), ni ni (no te pases), chunga (ten cuidado).

Seguramente Julio se va a encontrar en un aprieto para colocar fotos en este post, porque no pretenderán que se ponga a sacar flash en una comisaría. ¿Verdad? De Mister Wafula y su secretaria, Janet- que recuerdo el nombre gracias a Alberto porque me dio la pista de la hermana de Michael  Jackson- ya me buscaré una excusa para sacarles alguna foto.


Besos, abrazos y sonrisas a todos….

Pd: A ya estás tardando en venir, te esperaba ya….

miércoles, 8 de febrero de 2012

74 días en Kenia: Miscelánea sobre Nairobi. I PARTE

Mi abuelo era escritor. Escribió y publicó tres libros, todos sobre Canarias, y me dejó en herencia otro para que yo algún día lo editase por él. Ese gran volumen de hojas y hojas redactadas a máquina, con anotaciones en los lados, sigue en mi lista de tareas pendientes. Pero, tranquilos, ahora no voy a empezar a hablar de mi abuelo, es que esto viene al hilo en relación a miscelánea: el título que utilizaba mi abuelo para cuando quería apretujar un montón de historias diferentes en un mismo capítulo, todas con un nexo común: Canarias.

Pues siguiendo el ejemplo de mi abuelo ahí van mis misceláneas sobre  Nairobi:

Han pasado muchos rayos de sol desde que partimos de Enkerende. La vuelta fue como la ida, en coche, que compartimos con Raúl, Cristina, Jacobo y Raquel. Un regreso a casa entretenido, con dos horas de parada en Narok, la capital de Masai Mara, que con la nueva constitución será capital del Distrito y tendrá más poder. Lo de estar tanto tiempo ahí fue porque al 4x4 se le jodió un tanque de gasolina y no pueden imaginar la que liaron en el taller para vaciarlo. En fin, llegamos sucios, llenos de tierra y encantados  de nuestra aventura, dispuestos a retomar nuestra vida en Nairobi.

Francis y O
Las Navidades terminaban. Despedimos con una gran cena en Casablanca a Jacobo y Raquel, propinamos con grandes piropos a nuestros anfitriones y celebramos con otra gran cena en casa el fin de las fiestas. Fue nuestra primera cena oficial a la que acudieron Raúl y Cristina, O y Francis, su hermana, e I, que se descubrió como un gran cocinero vasco. Ahí, la amistad entre Julio y Raúl ya la percibía inquebrantable- se denominan “golfo” el uno al otro, así que pueden imaginar el gran cariño que se sienten-, y nuestra adoración por O y Francis cada vez se iba intensificando más.

Seguimos nuestros días en Nairobi, con un verano que cada vez era más cercano, acostumbrándonos a los pasos de los keniatas, a los largos paseos de un único ritmo de los paisanos, porque caminan y caminan. O escribió en su blog: AKICHA sobre este tema y la observación es más que acertada. Si tienes un momento y te paras en cualquier calle prestando atención a la gente, será inevitable darte cuenta de sus andares. Siempre a las mismas horas, yendo y viniendo del oficio, con el mismo paso, todos juntos dirigiéndose a lejos destinos por calles inexistentes. Siempre es así.


Nosotros ya vamos copiando los pasos de la gente de aquí y en esos pasos encontramos a Mister Wafula. O intimó con otra española que anda perdida por Nairobi, Nuria. Está aquí con su pareja y no desaprovecha la ocasión porque es la tía más enérgica que pueda haber por estas tierras.  En su manía de relaciones públicas, O nos la presentó y gracias a ese encuentro, además de hacer una nueva amiga, conocimos a Mister Wafula, el profesor de inglés de Nuria que se convirtió en el nuestro.

Conociendo a Mister Wafula

Las clases particulares de inglés son muy baratas aquí, al contrario que todo lo demás, por lo que no hay que desaprovechar la ocasión para perfeccionar el idioma. Así que ahí vamos, Julio y yo, dos veces por semana a charlar con Mister Wafula. Es un hombre dedicado a su profesión, tiene un inglés perfecto y un método de estudio inmejorable. Nunca he tenido un profesor mejor, la pena es que es un poco impresentable y a veces se come el tiempo hablando por teléfono o desapareciendo. A pesar de ese detalle, un minuto con él está muy bien aprovechado, así que lo dejamos pasar. 

Mister Wafula no tiene desperdicio y podríamos pasar horas hablando de él. Julio dice que se parece a Obama y realmente tiene tal don engatusador de gente que bien podría presentarse para las próximas elecciones del país. Hablamos de todo con él: sobre el país, la política, las costumbres de las familias, las tribus, el deporte… Un día le pregunté que qué pensaba de su presidente, a lo que respondió muy diplomático: “Creo que es un hombre muy mayor y muy cansado, que ya debe irse a su casa a descansar”. Me parece una respuesta muy buena, porque sigo sin saber lo que piensa del viejo Kibaki.

La mala manía de manipular

El caso es que con nuestra llegada a la escuela de Mister Wafula nos topamos con otra de las costumbres de los keniatas: su ilimitada manía de manipular. Es agotador, de verdad, porque siempre intentan que vayas por dónde ellos quieren, con el dinero, con los caminos, con la comida… Muchas de las ocasiones gastas más de lo que quieres, comes lo que no te apetece y terminas haciendo lo que ni esperabas, ni deseabas… Como los cangrejos tienes que aprender a dar pasos atrás. A mí especialmente me engatusan de tal manera que mi mente se paraliza y hasta media hora más tarde no me doy cuenta de que eso no era lo que yo quería. Vuelvo a casa con cara de idiota y termino diciendo: “ya me la han dado”.  Esto me pasa muy a menudo sobre todo en los mercadillos. Pero, en fin, será cuestión de tiempo.

Pues en la escuela me la dieron. Mi primer día fui decidida a tener cuatro horas de clases particulares a la semana, por la tarde, repartidas en dos días, por cinco chelines keniatas. Pues, tras hablar con Mr. Wafula, terminé acordando ir a clase por las mañanas, una hora, con un grupo de chinas que ya había comenzado, y sobre las horas que me faltasen, ya hablaríamos, todo por 10.000 chelines keniatas. Me fui a casa nada, nada convencida, y pagando cada céntimo que me pedían. Ahí Nuria me salvó y con mucha determinación arregló las horas para que fuese como yo quería, pero a la hora de devolverme la diferencia del dinero eso fue otra cosa.

La secretaria de la escuela también tiene la habilidad de engatusarme. Es muy simpática y se ríe mucho conmigo, pero no pierde la manía de torearme. Así que dispuso de mi dinero y dijo que lo guardaba para el próximo mes. Mi mente, de nuevo, paralizada hasta que llegué a casa. Es que aquí las cosas se olvidan y los acuerdos pasan a otros términos con el tiempo, así que no me las veía todas conmigo.

Para no aburrirles, llegamos al desenlace de esta historia cuando Julio también decidió ir a clase. Entonces acordamos que él aprovecharía mi vuelta para pagarse parte de sus horas. Estuvieron dos semanas tonteándonos con este tema. Julio hablaba con la secretaria y ella le decía que hablaría conmigo; hablábamos y acordamos lo que yo pretendía, pero Julio volvía y la cosa había cambiado, así que tendría que hablar conmigo otra vez… Y así cada día, hasta que una de esas tardes a Julio se le calentó las narices y no se movió de allí hasta que pudo pagar sus clases con mis vueltas, gracias a una conversación cargada de lógica y razonamiento.... que eso tampoco se lleva mucho aquí. 

Yo al día siguiente llevé caramelos a la escuela y le di a la secretaria un caramelo “por la paz”, así le dije con una sonrisa picarona…Es que ya empiezo a manejar las tácticas de aquí. Bueno, desde entonces se piensan que Julio es muy severo y yo muy dulce. ¿Se lo pueden imaginar?    

¡Uy! Me he extendido un montón en mi primera miscelánea, así que intentaré ser más aplicada para los días siguientes. Me queda tanto por contar. El próximo día me saltaré cositas para hablarles de nuestro encuentro con las mexicanas, Marlene y Xochitl, y nuestra visita a Kibera. De Mr. Wafula también queda mucho por narrar… Así que, pole, pole...

Hoy llevo 74 días en Kenia. Julio, 80.

En estos días tenemos visita: Alberto y una amiga suya, Sagrario. Nos han traído un montón de cositas: ropa para los keniatas, que nuestra Judit ha agarrado con una felicidad imposible de describir; jamones, quesos y vinos, que estamos devorando como si en nuestra vida hubiésemos probado tal manjar; nuestro estupendo tabaco, que disfrutamos como si de un producto de lujo se tratase; chucherías para mí, preparadas por mi Ratita con dulzura y mucho cariño –gracias amor, que sepas que llevo la hortera pulsera del poder naranja todo el tiempo-; y lo mejor el calor de nuestro amigo, Alberto. Ahora mismo, la pareja está en el Camp de Enkerende disfrutando de los animales, de los masais y de la hospitalidad de los enkerendes.



Otra cosa: me he enamorado de un bebé. Me tenía que pasar. Está tan indefenso, sucio, desprotegido. Es tan mudo, tan inocente, tan pequeño, que me he enamorado de él, y en lo único que pienso es en cómo hacerle la vida más fácil. Ya les hablaré de mi bebé...

Y eso es todo por hoy: besos, abrazos, enormes sonrisas a todos. Les queremos y les echamos errores y horrores de menos.